Conocemos las nuevas medidas de la Junta para la Navidad. La primera consecuencia es que los hosteleros han puesto el grito en el cielo, entendiendo por cielo la residencia del presidente de la Comunidad. Ahora, media Andalucía -concretamente la que ya ha sido capaz de resolver si el toque de queda vuelve a las seis y desde cuándo y, puede, por tanto, pasar a la siguiente duda- se pregunta cual es la razón que lleva a cerrar bares de seis a ocho y media. Yo lo he entendido. Tratan de evitar el copeo de sobremesa, que te animes, una cosa lleve a la otra y acabes en el chalet de un millonario africano con 300 desconocidos y sin medida alguna de seguridad. Sin embargo, en lo que no falta razón a los propietarios de bares y restaurantes es en la necesidad de repensar ese exiguo turno de apertura de 20,30 a 22,30. A un restaurante no le da tiempo más que a un turno de cenas, salvo que cojan a los del segundo y último turno y cuando estén con el primer plato se lo metan en una bolsa y, tira para tu casa. Tal vez poner el toque de queda a las 12 hubiera bastado. Sobre ello meditaba el viernes, mientras me ahogaba bajo una mascarilla super segura pero demasiado estrecha y deambulaba por la ciudad de la justicia, intentado, al tiempo, mantenerme a 2 metros de cualquier ser humano. Ya sería mala suerte, pensé, que me contagiara por trabajar en lugar de por irme de fiesta. Por cierto, poco hemos comentado que en Almería capital han puesto unos semáforos indicando que no te pegues mucho al de al lado al esperar para cruzar la calzada hasta llegar a La Rambla. Da igual, ya se lo digo yo, porque en cuanto cruzas te das de bruces con el mayor despliegue de puestos navideños jamás conocido en la ciudad. Se que criticar este despliegue está mal visto porque te dirán que pretendes dejar sin sustento a alguien y que lo importante es crear actividad y alegría. Eso demuestra el nivel de calidad de empleo y de esperanza que tenemos y, por otro lado, razón van a tener los bares cuando se preguntan por el peso de las medidas sobre ellos y la laxitud sobre otras aglomeraciones. Lo bueno, para acabar, es que hasta ahora, hemos sorteado sin demasiados daños colaterales las primeras restricciones. Han bajado los infectados y los afectados por ERTES "solo" aumentaron en 878 en noviembre. Con todo, esa especie de calma trae malos augurios para enero. Como si bajo las aguas tranquilas se estuviera agitando ya el monstruo de los despidos y los concursos de acreedores se prepararán para el final de la moratoria, en marzo. Veremos

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