Nicaragua orwelliana

Una deriva que recuerda la alegoría orwelliana de "Rebelión en la granja", distopía ideada en 1945 contra Stalin

Con tristeza supe de la orden de detención contra el escritor nicaragüense y Premio Cervantes, Sergio Ramírez, aunque sea inefectiva por hallarse fuera, pero que le impedirá regresar a su país, dadas las acusaciones judiciales de atentar contra la integridad nacional y otros delitos de parecido sesgo ideológico. No es el primero ni el único crítico al régimen nicaragüense que se ve proscrito por el hoy Presidente, D. Ortega, aquel otrora revolucionario sandinista alzado contra los Somoza de los años 70 y ahora reconvertido él en somocista de nuevo cuño, versión S. XXI, en su democradura indoamericana. Una deriva que recuerda la alegoría orwelliana de "Rebelión en la granja", distopía ideada en 1945 contra Stalin, cuyo argumento, muy conocido, personificó, como ya hacía W. Disney, a los animales de cuatro patas de una granja, cerdos, cabras, caballos, ovejas, perros y tal, que se rebelaron contra el explotador bípedo, o sea el granjero; y que se organizaron en una especie de comuna agrícola e igualitaria de cuadrúpedos. Pero al poco tiempo, y tras una paródica sucesión de pulsos por el poder, al cabo, los cerdos, capitaneados por su líder Napoleón, dieron un día en trabajar menos que los demás y otro, en acaparar más leche y frutos que el resto, hasta que abandonan las cuadras comunes para irse a la casa del granjero, tratando a todo bicho crítico, de traidor a la revolución y, ¡cómo no!, los cochinos acaban paseando erguidos sobre las dos patas traseras, con sus torpes andares cerdiles. Una alegoría revivida y remedada hoy por algunos sobrevivientes de aquella antigua guerrilla ilusiva y popular de sacerdotes, estudiantes, poetas, maestros y campesinos, que se alzaron contra la dictadura de Somoza, sobre la que se prestigió Ortega para ser Presidente. Pero hete aquí que aquel líder rebelde se transformó cuando le tomó gusto al poder y, para mantenerse en él, se procuró el favor de jueces, diputados y policías a sueldo, dio en reprimir a la prensa que se atreviera a noticiar sus abusos y dio orden de encarcelar a los opositores que no hubieran huido antes, por acusaciones banales, pero penales. Y ya no queda ni rastro de aquella guerrilla de jóvenes, sacerdotes o poetas orgullosos de andar sobre sus dos piernas, para alcanzar sus sueños de justicia, porque el nuevo dictador prefiere un pueblo que se postre a cuatro patas y así protestará menos. Y no es, ay, un caso aislado.

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