Picarescas peripatéticas

En 'La Puerta del Baile' su autor, Joaquín Sánchez Ruíz plasma una autobiografía, tan verosímil como peripatética

Hace poco se presentó en el Salón de Plenos de la Diputación de Almería un libro peculiar, 'La Puerta del Baile' donde su autor, Joaquín Sánchez Ruíz plasma una autobiografía, tan verosímil como peripatética (en su sentido aristotélico del camina o revienta), escenificando, según las reseñas de prensa, "algunos acontecimientos importantes de su vida", que hoy frisará los ochenta años. Su lectura, que afronté desde el recelo ante tanto egotismo literarios rampante, me recordó ya de entrada al Lazarillo, no solo por la narrativa en primera persona que sin narrador ni intermediario, nos permite acceder a las elucubraciones íntimas del biografiado; ni solo por su prosa directa, pero no descuidada, ya al describir el descaro desplegado para sobrevivir en un entorno hostil, ya al glorificar su acceso al amor, que supo conquistar, lograr que cuajara y cosechar sino, sobre todo, porque te invita a transitar entre una sucesión de vivencias, negocios, enredos y engalios variopintos que componen un mosaico de las más pura estética picaresca, este género tan genuino de nuestra cultura, aquí reactualizado en ese final del S. XX de empresarios tan osados como indisciplinados. Cómo definir, si no, el relato de aquel bebé alpujarreño abandonado al nacer y criado en una niñez rural exprimida por sus rudos adoptantes como fue usual en un hábitat serrano y primario, para explotarlo sin instrucción ni oficio pero que tuvo la osadía de fugarse en su tierna adolescencia, de polizón en tren, para ganar su pan entre las mil tareas y angosturas que ofrecía el bullicio de la Barcelona de los 60, ya de peón, ya de cuadrillero, ya alistado de policía en el Aiún o de vendedor ambulante por el Maresme, Vic o Puigcerdà, sin descuidar estudios nocturnos que afinaron su ingenio para no doblegarse al servilismo. Un sinfín de iniciativas, que le doctoraron en múltiples ingenieras prácticas de la vida, desde la de desaguar tóxicos bancarios a gestionar agricultura de innovación. Y así, sin pretensiones ni aspavientos estilísticos, sin vanidades fatuas, hete aquí que se nos perfila un antihéroe vocacional, un buscavidas esforzado y necesariamente pillo, indesmayable a la hora de sacarle sentido a sus éxitos y fiascos. A la vez que nos ofrece un retrato social descarnado sobre el milagro de esta modernidad que no llegó tanto por arte de birlibirloque como por el esfuerzo, peripatético, de prójimos como Joaquín.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios