República de las Letras

RICHOLY

Era muy necesario este libro de M. Carmen Rodríguez Sánchez editado por el IEA

Richoly siempre ha tenido para mí una significación especial, como para muchos almerienses. Mi primera guitarra me la regaló mi padre, y se la compró a Richoly cuando abrió su tienda de música en la calle Hernán Cortés, hacia el 63. Por entonces mi padre era buen amigo del maestro, asiduos ambos a las tertulias del Bar Puerto Rico, de Manolo Luque, a las que asistía también Tico Medina.

Era una guitarra pequeña, tamaño cadete, se decía entonces, no sé si ahora se conserva esa denominación -creo que ahora va por pulgadas, por medidas-, y llevaba cuerdas metálicas que pronto le cambié por otras de nylon. El maestro le aconsejó a mi padre que, dadas las cualidades que me atribuía, me enviara a Educación y Descanso, en los bajos del Teatro Apolo, para que me incorporara a las clases de guitarra que impartía allí. Pero mi madre se opuso. Conociéndome, auguró que no duraría mucho y, por tanto, era mejor ahorrarse ese dinero. Seguramente estaba en lo cierto. Pero no sólo por mi forma de ser en la época, sino porque era escaso el ambiente musical que se respiraba en mi casa. La guitarrita aquella quedó guardada en un armario varios años y yo liberado de la disciplina de la música el resto de mi infancia, hasta que, ya en el verano del 68, en el Club de San José, en mi barrio, un amigo, Manolo Rubio, al que saludo desde aquí -no lo he vuelto a ver desde entonces-, me enseñó a tocar Los ejes de mi carreta en la versión rock de Los Albas, grupo muy de moda aquel año. Con solo dos acordes, La menor y Mi, y un ritmo en la mano derecha repetitivo, pero efectivo, Manolo me abrió todo un mundo de emociones, de sensaciones y de expectativas que puso fin a mi infancia y dio comienzo a mi adolescencia.

Todo eso se me viene a la memoria cuando escucho el nombre de Richoly, y este libro de la colección Biografía del I.E.A., ha sido muy oportuno en recordar a Almería a aquel maestro de generaciones de niños y jóvenes que se iniciaron en el maravilloso mundo de la música en alguna de las rondallas y grupos que Richoly organizó durante varias décadas. Hoy, un busto y una colección de recuerdos personales en el Museo de la Guitarra dan cuenta de su trayectoria, pero la calle que el Ayuntamiento le dedicó en su día está demasiado apartada, triste y solitaria, sin más vida que la de los pocos vecinos que allí viven.

Enhorabuena a la autora y al I.E.A. por este libro necesario y justo.

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