Ranas hervidas

Esta imagen simboliza lo que con gran frecuencia nos sucede tanto a nivel individual como colectivo

Sin entrar en la pertinencia del experimento es sabido, desde hace siglos, que si arrojamos una rana viva a una olla hirviendo tratará, por todos sus medios, de escapar. No así si se introduce en agua a temperatura ambiente y vamos aumentando los grados de forma suave y progresiva. En este caso, el pobre batracio, irá tolerando el calor hasta que, sin haberse dado cuenta, termine completamente escaldado. La imagen, en ocasiones, ha sido trasladada al campo de la psicología y la sociología para simbolizar lo que con gran frecuencia nos sucede tanto a nivel individual como colectivo. Una suerte de indefensión aprendida silente que nos acaba machacando. Como sociedad estamos más recocidos que nunca. Vivimos una pérdida masiva de libertad pero no lo percibimos porque nos la están arrebatando poquito a poco. Muchas generaciones previas derramaron su sangre por unos derechos que hoy casi despreciamos. Nos creemos ciudadanos libres por poder viajar, cambiarnos de nombre e incluso de sexo. Y eso está muy bien pero hemos entregado, a cambio, la identidad. Nos quedamos en un reflejo distorsionado de la última moda mientras correteamos tras el "Trending Topic" del día. Entretanto más alienados e idiotizados que nunca viajamos a un futuro plano donde unos pocos, que ni remotamente elegimos, serán nuestros amos. El calentamiento global es una realidad, falta por aclarar quienes son los fogoneros y quienes los recalentados. Y nos hemos acostumbrado tanto a habitar un ecosistema donde nos dan por todos lados, pero "con cariño", que en nuestra vida personal podemos ser, igualmente, el ingrediente estrella del cocido de rana. Unas veces por evitar la confrontación, otras en cumplimiento del supuesto deber y las más por ser tontos de remate acabamos metiéndonos solitos en la olla y dejando que nos cuezan a fuego lento. Así, en el trabajo, en casa o en ambos nos van hirviendo mientras nos remenean con una sonrisa. Pero ojo, que si intentas salirte del puchero recibirás un cucharazo y te devolverán a la caldera. Al final, con un último fogonazo, terminaremos flotando inmóviles, hinchados y con cara de sorpresa. Quién hubiera imaginado un final así.

Queridos anfibios, croemos juntos. Porque todos estamos dentro de alguna cazuela. Bien sea para caldo de ciertos megalómanos bien para que algún gourmet casero se yante nuestras ancas. Tal vez un croar universal nos ayude a la olla abandonar.

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