La cuarta pared

Rebobinar antes de devolver

Cuando la arquitectura es un personaje de la historia y no un mero telón de fondo

Hay algo en la figura de Quentin Tarantino que me resulta fascinante. Tengo que reconocer que soy incapaz de abstraerme del prejuicio y la imagen tal vez distorsionada por la leyenda, de un pasado sórdido y cutre, forjado entre los pasillos de un videoclub de pueblo. Tal vez un chico inadaptado, con una inteligencia fuera de rango, y por ende fuera del sistema reglado, que absorbía cine por todos los poros de su piel hasta reventar el WHS. Espagueti westerns setenteros, la filmografía completa de Bruce Lee, o torres de cintas de serie B no conseguían acumular demasiado polvo si caían en sus manos, y que acabaron convirtiéndose no solo en referentes si no en el auténtico leitmotiv de su variada filmografía.

Un rebelde, un nadador a contracorriente sin un padrino poderoso que, a base de trabajo, formación en gran parte autodidacta, tesón y fortuna consiguió poner una pica en Flandes, California. Pronto se descubriría su talento para narrar y contar historias.

En las historias de Quentin, los lugares y la arquitectura, tienen un papel primordial. No son solo fondos. Son como personajes que influyen en los protagonistas y en la trama. Desde sus primeras obras hasta sus últimas cintas, la arquitectura está presente de una forma profunda y nada accesoria. No es el único desde luego, pero sí uno de los mejores en ello. El almacén claustrofóbico de Reservoir Dogs sobrepasa el nivel de mero recurso para lograr una atmósfera tensionada. El restaurante Jack Rabbit Slim’s de Pulp Fiction no es solo un lugar para cenar; la decoración y las mesas de coches clásicos añaden una capa extra a la conversación entre Vincent Vega y Mia Wallace. Es casi como si el lugar estuviera participando en la charla. Algo parecido sucede con la escena del restaurante de Kill Bill, para mí una de las escenas más épicas de lucha samurái rodado casi en plano secuencia en la que una escuálida Uma Thurman se enfrenta a los 88 maníacos.

Este lugar que no es un artificioso decorado si no un restaurante real de Tokio, algo tuneado para la película por supuesto, alcanza a mi modo de ver la categoría de personaje. El marcado simbolismo y la “personalidad” que se le otorga al edificio le hace ser un miembro más de la yakuza. De la geometría regular y nobles maderas del interior en el que se desarrolla el brutal combate sin piedad, al níveo y sofisticado jardín Zen del desenlace final en el que el honor y el respeto al enemigo centran toda la atención. Pura magia. Pura arquitectura.i

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