Sueños lúcidos

La imaginación despierta es una cosa, el sueño dormido otra, y la ocurrencia del sueño lúcido algo estrambótico

En materia onírica, Calderón de la Barca fue categórico y redundante: "Que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son". Pero estos versos constituyen un acercamiento literario y el sueño es asunto clínico, cuya interpretación psicoanalítica ocupó y acaso destempló al propio Freud. Por cierto que, en La vida es sueño, escrita por Calderón en 1635, Segismundo es el nombre del príncipe que indaga sobre el sentido de la vida, mientras está en cautiverio. Y, siglos después, Segismundo es también el nombre que aparece en la portada de La interpretación de los sueños, obra escrita por Freud en 1899 y cuya lectura no se sabe bien si lleva a la medicina, a la filosofía o a una combinación de ambas que resulta, a la postre, poco saludable y extrañamente filosófica. A lo que vamos, aunque suponga una contradicción, un oxímoron, parecen posibles los sueños lúcidos, no desdibujados e imprecisos en la noche cerrada, ni siquiera confusos en el duermevela que Saramago niega ("Nadie puede estar al mismo tiempo durmiendo y en vela").

Percatarse, darse cuenta, repentinamente, de que se está soñando, despertarse sin abandonar el mundo de los sueños puede, entonces, modificar o, todavía mejor, moldear a voluntad los sueños del despierto durmiente, del soñador lúcido. De modo que quepa a este, cuando se hace experimentado en esa somnolienta lucidez, la virtual tentativa de fraguar en sueños lo que en la vida real se le hace bien difícil. No será cuestión de despachar como estrambótica esta manifestación de los sueños que, por otra parte, acaso resulte inaccesible a quienes no duermen más de seis horas, justo porque es después de ese tiempo, repartido el sueño en distintas fases y alcanzada la más profunda, cuando puede la lucidez presentarse sorprendentemente y contradecir a Saramago. Puestos a tener sueños a medida, resulta que las fobias, las pesadillas repetidas o el estrés que sucede a los traumas como un efecto malsano tendrían alivio administrando con beneficio la lucidez de los sueños. Ya que al durmiente afectado por tales trastornos le cabría ejercer el control de sí mismo e incluso dar con terapias de exposición para luchar contra las fobias particulares. Si bien, cuidado con la enfermedad mental, con las esquizofrenias o el desdoblamiento de la personalidad, porque esto de los sueños lúcidos puede convertirse en agravante.

Con lo fácil que es entender la diferencia entre la imaginación despierta y el sueño dormido, sin necesidad de la ocurrencia de un sueño lúcido.

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