Desgraciadamente la historia se repite una y otra vez, Europa raptada por Zeus en tiempos pretéritos, hoy vuelve a ser secuestrada y hace gala de los regalos con que este la obsequió, prendado de su belleza. Talos, Lélape y la Jabalina, muestran al mundo su poder divino, y él solo deseaba que cayera en sus manos la Jabalina que nunca erraba, tenía claro el objetivo. Muy lejos de allí, se alzaba la ciudad roja, una de las ciudades más bellas del mundo: Marrakech. Cuando entró a través de las viejas murallas que rodean su centro histórico tuvo la sensación de transportarse en el tiempo. Era un lugar increíble, mágico, crisol de culturas, donde se mezclaba la propia de un país musulmán con la más refinada cultura francesa. En unos minutos, se podía pasar de una tetería puramente marroquí a un bistró francés, de un Riad a un jardín exquisito, propiedad de un famoso modisto galo. Una de las cosas que más le sorprendió fue el color de la ciudad, de sus muros, de sus casas, incluso de su cielo a algunas horas del día. Poco sospechaba que unos años después, al abrir las ventanas de su casa, a miles de kilómetros de esa bellísima ciudad, una luz anaranjada iluminaría la suya, causando el mismo efecto fantasmal. Este hecho insólito daba un toque mágico a todo cuanto veían sus ojos. La parte negativa era apreciar los terribles efectos de aquel finísimo polvo rojo, anaranjado y pertinaz que cubrió monumentos, viviendas, coches, plantas y todo tipo de objetos, igualándolos con aquel color homogéneo. Sobre su ánimo cayó una melancolía que llenaba de tristeza todo cuanto miraba, las plagas bíblicas como los regalos de Zeus caían sobre Europa sin conmiseración, todo sucumbía bajo una espesa capa de tierra roja: roja por la sangre inocente derramada, sin poder entender la razón de tal crueldad, roja por la tristeza de un futuro incierto, pletórico de esperanza solo unas semanas antes, roja por la angustia en los rostros demudados de niños solos, cruzando fronteras de países desconocidos, roja de ira ante tanto odio, roja como el cielo que cubría su mundo falsamente previsible. Pensó que solo un mes antes, el magnífico espectáculo que ofrecía su ciudad bajo aquella luz rojiza, le habría emocionado por su exotismo y belleza, transportándolo a otros tiempos y lugares, sede de tantas historias, más propias de "las mil y una noches ", que del sur de Europa. Sin embargo, la realidad era tan brutal que se imponía a cualquier elucubración que la mente pudiese crear, ni la magia, ni la imaginación, ni las exóticas historias, ni el sueño, podían conjurar el dolor que cubría los corazones como esa inmensa nube de polvo rojo que anegaba la faz de la tierra, transformándola en un fantasma. Hoy una lluvia caía silenciosa y mansa, barriendo el polvo rojo que cubría la ciudad, como si no fuera con ella todo lo que estaba ocurriendo sobre un mundo, que seguía rotando ajeno a los pesares de unos humanos ciegos y estúpidos. El cielo comenzó a mostrar su color original, la ciudad se vistió de color, los árboles mostraban el verde tierno de sus hojas, anunciando la incipiente primavera, y pensó que solo faltaba que saliese el sol y el dios Indalo lo cubriese todo con su arco de colores, o que un soplo de humanidad sustituyese las bombas que caían sobre Europa por pétalos de rosas. Todo era posible, también el Sahara estaba muy lejos y por unos días nos cubrió con su roja tierra.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios