Se ha abierto la veda

Siempre son los demás los que no toman precauciones y los que siguen cumpliendo normas extremas molestas

El dominguero ávido por colonizar todos los miradores, todas las profundidades marinas insondables, todos los chiringuitos abrasadores de sol y tumulto. Como si fuese la única actividad humana que da sentido a la vida el ciudadano exconfinado apelotona las carreteras y madruga para hacer actividades al aire libre y bajo el mar, en una embarcación de recreo experimentadora que diferencia a los que no disfrutan de la vida, los que se quedan en la casa, de los que desconectan contando los minutos que le quedan para volver a la vida del trabajo cruel. He madrugado y he visto en nuestras carreteras concentraciones de guardias civiles organizando la estrategia de contener lo incontenible y tempraneros submarinistas, senderistas, ciclistas, playistas que capitalizan ya las terrazas (a las diez de la mañana de un domingo en los sitios más recónditos) y me hago a la idea de que van a faltar bares y terrazas y aún así encuentro una mesa en la que disfrutar de mi periódico. Aburridos ya de estadísticas, videoconferencias, teletrabajos, comparecencias, informaciones, desinformaciones, rebrotes, consejos, fases y desfases, los ciudadanos hacen lo que mejor saben hacer, pasar absolutamente de todo, llevar la mascarilla en el bolsillo, encima de la mesa, con el tabaco, las gafas de sol, el mechero y sin guardar ningún tipo de distancia charlar amigablemente de que va a venir otro rebrote, de que ya está aquí, formateando para siempre esa partición oscura de la memoria que sumía en las oscuridad todo lo visible y hacía del día tinieblas, silencio, un mundo extraño nunca conocido como las películas en las que aparecen zonas desiertas y una inquietante calma se introduce en los huesos y por la ventanas sólo ves esa lluvia ácida que nunca termina. Refugiados en la trampa mental de que la culpa siempre es de los demás, pensamos que ya estamos en el mundo de siempre. Siempre son los demás los que no toman precauciones y los que siguen cumpliendo normas extremas molestas, los que se han quedado en stand by sin dar la mano, sin acercarse a nadie, procurando tener puesta la mascarilla todo el tiempo, como exagerados antisociales. El señor de la tele despeinado hablando cada día es un recuerdo remoto que pasó hace siglos, esperando que pase el verano para recordarnos que sigue estando ahí sobrevolando nuestra ilusión de normalidad hasta que venga el siguiente invierno de oscuridad.

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