El asno en el tejado

Pueblan nuestros tejados demasiados asnos, aristócratas de la escalada, trepas de medio pelo que no les corresponden

T IENE la lengua latina una curiosa expresión: "Asinus in tegulis", que podríamos traducir como: "Un asno en el tejado". Aparece formulada en el "Satiricón", de Petronio. Trimalción, un tipo tan desgraciado que solo tiene dinero y tan cursi que cree que con eso basta, anuncia que va a contar una historia horripilante como un asno en un tejado. Podemos quedarnos ahí o ir más allá y preguntarnos cómo llegó el equino hasta ahí. Nos resuelve la duda el fabulista griego Babrio: el asno imitaba a un mono. Poca risa les daba a los antiguos aquella situación y, desde luego, no le veían maldita la gracia.

Muchas veces, cambiar el punto de vista ayuda a entender las cosas. Así, en vez de observar al asno, podríamos intentar ponernos en su lugar (conozco gente a la que eso no le costaría esfuerzo alguno). Encaramado a un lugar peligroso y resbaladizo, sus pezuñas no tienen agarre; cuanto más se mueve para no caerse, más tejas rompe y tira al suelo; el pánico le hiela el corazón y, a punto de precipitarse al vacío, sus rebuznos atruenan la vecindad. Problema distinto es que no entiende cómo ha llegado ahí, ni que su inminente caída se debe a haber querido actuar como otro animal diferente. Ni siquiera es capaz de atisbar los daños que puede causarle a quien pase por debajo: el pobre asno solo siente que tiene un problema muy grave y no sabe cómo librarse de él. Pueblan nuestros tejados demasiados asnos, aristócratas de la escalada, trepas de medio pelo, inquilinos de alturas que no les corresponden, víctimas de la estúpida idea de que mucho querer llegar a ser algo sobra y basta para merecer tenerlo. Seguro que todos tenemos la experiencia de haber visto más de un asno en el tejado: proliferan como pulgas en perro flaco. Desde tan alta posición nos rebuznan, nos rompen vidas y haciendas y suerte será que no nos caiga media docena de tejas en la cabeza. Poca defensa tenemos frente a ellos salvo alejarnos, protegernos de los daños que provocan y dejar que se despanzurren solos. Sin embargo, debemos andarnos con mucho ojo y más tiento: si nunca hemos visto uno, miremos hacia abajo, no vaya a ser que nos encontremos pisando tejas.

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