A dos metros

Ricardo Alba

Y basta de jueguecitos, por favor

Luego, tal que ahora, algunos de aquella pandilla juvenil nos maliciamos que uno al menos se ha metido en política

Hace treinta o cuarenta o más siestas veraniegas, el chavalín poseedor de un balón de futbol de cuero sintético era un ser poderoso. Aquella maravilla esférica era tan preciada entonces como hoy la Nintendo o el Smartphone de última generación. Su dueño tenía la facultad de decidir quién jugaba el partidillo y quién no. Disponía de preferencia a la hora de confeccionar su equipo. Cuando le parecía, o sea, cuando le daba la gana, agarraba el balón y se acabó. Ese era su momento de mayor gloria, la demostración de su poderío, de la indiferencia a nuestros ruegos, de negarse a las peticiones de un rato más. Nosotros, qué remedio, apoyábamos la espalda en el Muro de la Frustración o caminábamos por el Paseo del Despecho.

En el vagabundeo maquinábamos toda clase de desquites contra el orgulloso dueño del balón, además de atizar inmisericordes puntapiés a cualquier bote o piedra interpuesta en nuestro camino. En uno de esos ir y venir a alguien se le ocurrió que podríamos poner condiciones para jugar, porque él tenía el balón pero sin jugadores…, no había partidillo. Como en cualquier grupo, la pandilla de críos nos dividimos entre los que estábamos de acuerdo y los que no. Llegado el momento, los cismáticos nos mirábamos la punta de los zapatos mientras desafiábamos al propietario del balón. El muchacho, todo sea dicho, tenía buenas entendederas, lo cogió al vuelo. Confeccionó los equipos con equidad, se ajustó a que una patada era falta e, incluso, en algunos partidillos con participantes descabalados, daba dos goles de ventaja. A la hora de marcharse a casa nos dejaba el balón un rato más bajo promesa de devolución, y a veces repartía alguna de sus golosinas. Él, por su parte, se designó árbitro, marcaba la duración de cada tiempo según le conviniese y siempre elegía campo, amén de otras prerrogativas.

Luego, tal que ahora, algunos de aquella pandilla juvenil nos maliciamos que uno al menos se ha metido en política. No encontramos otra explicación a que estos niños grandes nos hayan copiado, más o menos, la estrategia del toma y daca por el balón. Junto con otros cuarenta y pico millones de paisanos asistimos atónitos al partido del 'todo vale'. En el descanso se distraen con juegos propios, tipo 'El trueque de Cromos; 'El Escondite'; 'El de las Sillas'; 'El Ratón y el Gato' . Y sí, concluimos que solo una clase política infantil jugaría sin pudor con y a la vista del público.

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