La bruja de Wall Street

El ojo del avaro no se satisface con su suerte; la avaricia seca el alma (Eclesiástico 14).

Cada cierto tiempo disfruto ojeando el libro Guinness de los records. Me resulta interesante como cualquier cuestión de la vida cotidiana puede llevarse al extremo más insospechado. En esta última ocasión hubo un personaje que me llamó la atención por encima de los demás. Hetty Green ha pasado a la historia como la persona más tacaña y avariciosa de este planeta. Contaré sucintamente que esta señora amasó su fortuna a principios del siglo XX bajo los auspicios de un abuelo y un padre empresarios de los que aprendió sus mejores trucos. A pesar de ser una de las personas más acaudaladas del mundo vivió en pensiones de mala muerte y llegó a regatear el salario del médico que había de tratar a su hijo por una herida en la pierna. Su hijo perdió la pierna un año después y, esto es de mi cosecha, con ella se le debió ir la esperanza en la humanidad. La "bruja de Wall Street", así la llamaban por usar siempre el mismo vestido raído, estaba obsesionada con tener más y más.

Si bucean un poco por internet verán que existe cierto debate sobre si esta mujer sufría alguna afección psiquiátrica que la llevara a conducirse de tal modo. Detengámonos aquí, por favor. Desafortunadamente sigue siendo moneda común ver como personajes públicos de toda índole, que disfrutan de una vida de lujo, se aprovechan de su posición para acaparar, de manera inmoral e ilícita, un dinero que, en realidad, no necesitarán nunca. Estos pobres diablos ricos no son víctimas de ningún trastorno, por supuesto. Son el máximo exponente, nuestros "record Guinness patrios", de una sociedad que encumbra al mediocre, extenúa al capaz y exprime al que de verdad curra.

De todos modos no es mi intención adoctrinar con mi percepción de cómo deberían ser las cosas. Hay canales de televisión llenos de tertulianos baratos (por mucho que cobren) que nos muestran el camino constantemente. Estas líneas tienen un objetivo diferente: ustedes, su interior. Los comentados son los casos que resuenan por llamativos pero a nuestro alrededor se suceden a diario las conductas avariciosas que, por definición, son aquellas destinadas a atesorar bienes por el mero hecho de acapararlos y no compartirlos. Lo que realmente se esconde tras estos comportamientos, que incluso podemos identificar en nosotros mismos, es una carencia. Tendremos, entonces, que preguntarnos qué nos falta y tengan por seguro que la respuesta honesta nunca será "dinero".

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