Más que un buen médico

Me sumo a la felicitación académica de sus muchas virtudes médicas y elegancia humanista

Hace unos días, la Academia de Ciencias de la Salud Ramón y Cajal ha distinguido al prestigioso dermatólogo almeriense, Dr. Ramón Fernández Miranda, con la medalla al Mérito Sanitario, en homenaje académico a su proyección y sapiencia médica, no solo por su reputada profesionalidad clínica sino, también, como meritorio coordinador de diversos programas de salud, nacionales e internacionales, en colaboración con la UNESCO y la Organización Mundial de la Salud. Pero este doctor, ya les confirmo, es mucho más que un buen médico: es un hombre sabio que también ejerce la medicina, para fortuna nuestra. Un sabio que honra al mitológico Asclepio, hijo de Crono, hermanastro del mismo Zeus, a quien adiestró el Centauro Quirón en el arte de la curación, cuya genealogía acreditaron luego desde Hipócrates hasta Galeno o Maimónides y toda la incorruptible raza de sanadores de enfermedades, paradigmas de esa especial misericordia que exige y sin la que resulta inexplicable, el arte galeno. Conozco a Ramón y me precio de su amistad, desde hace décadas, lo que me permite dar fe de ciertas claves que quizá les descifren alguno de sus méritos. Entre ellas, su obstinada vocación compasiva de procurar, a fuer de paciencia, rigor científico y afecto, alivio físico y consuelo anímico a quienes hemos precisado sanar dolencias. Su ameno trato siempre me recordó aquel aviso del Dr. Marañón, sobre el médico que presumiera de saber solo de medicina, pues ni de medicina sabe. Porque ese, justamente, no es el caso de quien hablo, que suma a su pericia médica, una sobriedad y templanza filantrópica, más tributarias del humanismo altruista que del narcisismo imperante, sabedor, como es, de que la confianza con que le encomendamos nuestra salud no es tanto fruto de mercadotecnias como de su legendario potencial curativo. Conociendo su estoicismo, creo me disculpará que atribuya públicamente no poca culpa del mérito, personal y profesional, que ostenta lo haya de compartir con su entrañable esposa, Paqui, un anclaje de señorío que le rescata a diario desde los abismos de la fatiga con la que le reta la incesante reclamación social de sus capacidades. Por ello, hoy me sumo a la felicitación académica de sus muchas virtudes médicas y elegancia humanista que, para orgullo de la medicina almeriense, ha venido derrochado este caballero de las artes curativas desde hace ya más cuatro décadas. Enhorabuena, Ramón.

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