Leer la poesía de Santano es recorrer el camino de la literatura tocando el piano de Chopin y contemplando La Venus del espejo de Velázquez. Escribiendo como Juan Ramón, Santano convierte la lírica en una función del lenguaje, que va más allá de la poética de Jakobson y de la teoría de la metáfora, que Góngora cinceló con la sintaxis del discurso culterano. El insigne vate cordobés conoce los secretos del género lírico, como Roland Barthes, la crítica literaria y T. S. Eliot, la metalingüística de la creatividad. ¿Qué es escribir? ¿Por qué escribir? Preguntas, que, entre Homero y Rilke, desentraña Santano, al caligrafíiar los hipotextos en la semántica cognitiva de los hipertextos, con la armonía de la polisemia y la pureza de la sinonimia. Tal fuese un nuevo Horacio: lector y creador; un violinista y un guitarrista; un hermneuta y un zahorí de los manantiales léxicos, entre Ovidio y Julio Cortázar: cigarrillo y bourbon. La música del silencio la interpreta con el laúd, que define una sonata, la cual se oye como una sinfonía eterna: La voz a ti debida de Salinas y Cántico de Jorge Guillén. Un nuevo marco conceptual reúne la métrica de José Antonio Santano. Con la verdad, por delante, de un poemario, tan original y antológico.

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