La epidemia de Apolo

Dedicarse al noble arte de la lucha a garrotazos con las piernas enterradas hasta el corvejón es inmoral

Al comienzo mismo de la Literatura occidental, en el canto I de la Ilíada, las tropas griegas que asedian Troya tienen dos tropiezos, ambos causados por la conducta de Agamenón, su jefe supremo. De un lado, permite la profanación de un templo de Apolo y éste provoca con sus flechas una epidemia que hace estragos entre los invasores; de otro lado, su altanería lleva a que Aquiles, el mejor de los guerreros, se retire del combate tras espetarle: "Rey devorador del pueblo, que reinas entre nulidades". Mala es la ira de los Dioses y mejor es no provocarla: las saetas del dios salen, claro está, de su arco, que en griego se dice "tóxon", de donde "tóxico", "tósigo", "atosigar".

Apolo, a su vez padre de Asclepio, el dios de la sanación, usa su máquina de envenenar para provocar la enfermedad y la muerte. Los griegos, indefensos, no podían hacer otra cosa que esperar a que las flechas tóxicas del dios acabaran con ellos. No cabía escenificar la reconciliación rodeados de pendones y crespones: cuando Agamenón repuso el daño remitió la epidemia, vocablo que en griego viene a referirse a algo que recorre el pueblo.

Desde el principio, las epidemias han tenido un componente mágico: las flechas del arco de Apolo, tan invisibles como un virus, se propagan subrepticias e indiscriminadas. Frente a ellas, el ser humano lucha para sobrevivir y tener un futuro. Mala era la ira de los Dioses y peor el poco sentido común y la demasiada bilis negra de algunos responsables. Nuestras cuitas son las de un pueblo obligado a esperar en medio de la incertidumbre mientras nuestros dirigentes, obligados a destinar todo recurso a proteger a la ciudadanía y alentar la investigación, riñen y se zancadillean. Apolo nos ha lanzado las flechas del virus y nosotros, tras las mascarillas, recibimos nuestra dosis diaria de alienación en forma de rencillas, cerrazón y demagogia: dedicarse al noble arte de la lucha a garrotazos con las piernas enterradas hasta el corvejón es inmoral y provoca muertes.

Lo que ha pasado y lo que viene no tiene nada de poema épico, no hay una lucha moral contra un enemigo inmoral, aunque sí recorra nuestro universo el fantasma de una egolatría indecente. Debemos señalar a quienes antes piensan en sus votos que en sus conciudadanos. Algunos no se han percatado de que esto no es una comedia sino una tragedia. Acaso ni ven que, igual que el otro, "reinan entre nulidades".

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