La erótica del amor cortés

El fruto estelar del primer amante fue el llamado amor cortés, un ideal erótico concebido en la Córdoba califal

La idea clásica del amor, tal y como se describe en la literatura arcaica, mitificaba el deseo promiscuo e insaciable que solía endosársele a los dioses, desde Zeus a Pan, Kama o Kurupi, que, al cabo, no eran sino meros arquetipos de la lujuria humana, priorizando el gozo genital, el éxtasis orgásmico con su descarga dopaminérgica para (a)premiar la ansiedad reproductiva. Solo la civilidad en las relaciones sociales y la culturización del deseo, inspiradas sin duda por las propias damas, (cosificadas en dar placer o hijos, las pobres), propició un progresivo esmero en el ritual enamorador, rupturista con los usos desmesurados de la conquista engañosa o el rapto impetuoso que gustaban cantar los romances clásicos. Ese lento ritual hacia el sosiego cristalizó en diversos formatos amatorios como el caballeresco, el de nuestro don Quijote, idealizador de su dama en una estética tan poética como huera, aunque no le faltaran adeptos, entre místicos y eunucos de la época.

Pero el fruto estelar del primor amante fue el llamado amor cortés, un ideal erótico concebido en la Córdoba califal y madurado luego por los trovadores occitanos, a los que glosó con devoción Luis Racionero, un insigne amador literario para quien el deseo de gozo compartido va más allá del placer sexual, sin que lo evite ni se prescinda de su erótica amatoria: solo la envuelve en una atención galante, que no empalagosa, adiestrada en serenar la barbarie impulsiva del instinto. Una barbarie que parece retornar, y además prestigiada, a cuento del "culto a la autenticidad" hoy en boga (lo que supone una auténtica ruleta rusa, porque si somos animales, y lo somos, la conducta del animal que llevamos en el ADN, no es raro que solo revele auténtica brutalidad: pornográfica o en manada). Mientras que el amor cortés trata de refinar el trato solícito, de potenciar el juego de la seducción recíproca frente al primario hostigamiento hormonal por muy "auténtico" que éste fuere. Un juego ritualista en el que, como diría Byun-Chul Han, el deseo amoroso despliegue todo el esplendor de su fuerza seductora gracias al imperio de los signos y al ceremonial estético, sin afectaciones formalistas, que opera alado a partir del respeto mutuo por la ética, traducida en cortesía que anula la avidez para trocarla en pura representación de afecto o, si se quiere, del cariño hecho arte. Pues eso: felicidades a los enamorados corteses.

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