La Corona de la Reina

Una mata que no echó

La grúa no tardaría. Ya daba igual. Llegaba tarde. No llegaba más bien. Tanto hacer planes para que al final la vida haga lo que quiera contigo

Nada presagiaba que el refranero volviese a acertar y fuese un mes de abril de agua abundante. Aquella mañana el sol se peleaba con las nubes. Él estaba solo, ellas eran más, pero en un revés de derecha seco y raso reventó el estómago de una de las más corpulentas y el cielo empezó a llorar tan fuerte que me sirvió para poder camuflar mis lágrimas. El parabrisas a velocidad máxima, como el reproductor de mis notas de audio. Si lo tengo a la normal de una conversación no me da tiempo a escuchar tanto de tantos. Sobre todo cuando son interminables como los tempraneros de Lorenzo. Por dos se hace lento, como el tráfico a esas horas y a esa altura de la V35. El baipás de la autovía no corría, solo lo hacía el tiempo. Ese no se para. El reloj marcaba las 8.15…la vida a esas horas tan avanzadas de la mañana ya estaba de vuelta. Apenas veía. No sé si estaba más empañada la luna del coche o las pupilas de mis ojos. Lo cierto es que no veía. Era eso o arriesgarme a tener algún susto. No hay nada que me dé más pereza que los comienzos de una historia, hacer una maleta o echar gasolina. La diferencia en la terna está en que las dos primeras no me dejan mal olor en las manos y el dolor de cabeza se pospone, la tercera todo es inmediato. En esa estación tampoco servían. El diésel rozaba el 1.90 pero nadie te ayudaba con esa pesada manguera infectada de virus. Me empapé. Por dentro hacía rato que andaba ahogada. Se recomienda una parada. Ya estaba ahí el dichoso símbolo del café reflejado en la maldita pantalla que como un chivato andaba dando instrucciones a cada golpe de pedal. La única parada con la que realmente disfrutaba era al detenerme a la altura de su cintura: estrecha como la carretera de la sierra, con curvas al llegar a Collado García, pocas líneas rectas, complicado adelantar. Para qué correr, puedes ir en quinta a velocidad de crucero que vas a llegar al mismo sitio, con suerte unos minutos antes, pero al mismo sitio. Durante el trayecto mi cabeza continuaba en Cheste, el circuito seguía dando vueltas. Se detenía en boxes apenas unos segundos y el pie machacaba el acelerador llegando a romper las pastillas. El golpe no fue muy aparatoso, el paragolpes y un faro. Con una mano de chapa y pintura quedaría inmaculado. La grúa no tardaría. Ya daba igual. Llegaba tarde. No llegaba más bien. Tanto hacer planes para que al final la vida haga lo que quiera contigo.

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