El país de los que odian

Deberíamos enseñar a amar y no a odiar y menos a personas que desconocemos por completo

El otro dia escuché algo muy preocupante. Y lo voy a reproducir si le parece bien, querido lector. "Yo ya estoy odiando a AD", "Veo la docuserie todos los días y le odio". En primera instancia me quedé sorprendido. Que sea un programa de televisión quién decida a quién hay que odiar no me parece de recibo. No voy a entrar en quién tiene razón porque sinceramente ni me interesa ni me genera la más mínima curiosidad. El tema de fondo es el poder para generar odio en nuestra sociedad. Según el ordenamiento jurídico vigente existe un delito que se llama precisamente el delito de odio pero solo se ha aplicado, hasta la fecha, a algunas personas concretas. También es verdad que la prensa del corazón es un mundo lleno de entresijos (guionizado) del que se desconoce quién paga y quién cobra. Ciertamente la vida privada reinventada tiene un precio o dicho de otra forma la dignidad humana tiene un valor económico al que no se tenemos acceso. Pero volviendo al debate más subterráneo yo me planteo si un programa de televisión puede cometer delito de odio o de incitación al odio; o si un espacio de estas características tiene plena libertad para vulnerar ciertos derechos fundamentales como el de la intimidad, el honor y la propia imagen. No lo sé, la verdad. No obstante ya vivimos en el país donde la televisión nos dice a quién debemos odiar. El poder fáctico, movido por el interés económico y de la audiencia, sentencia, falla y declara quien es o no susceptible de ser odiado. Como dije antes mi reflexión no va por saber quién es la víctima o el culpable, cuáles fueron los hechos o no. Me preocupa más que los supuestos actos de maltrato sean posicionados por una tercera persona que no sea un juez. ¿Qué ocurriría si mañana un asesino pagara una ingente cantidad de dinero a otro programa por limpiar su imagen? ¿Tendríamos que empezar a amarlo? Siento discrepar de otras opiniones pero esto va más allá del país de la doble moral y comienza a generar una nueva cultura, la del odio por diversión. Odiar se ha convertido en un entretenimiento. A mí esto me asusta. Odiar por diversión es muy peligroso y puede crear una generación de radicales desinformados. Permitir esto es dar un mal ejemplo a las nuevas generaciones que todavía no han aprendido a amar. Ese debería ser nuestro objetivo: enseñar a amar en lugar de a odiar a los que no conocemos.

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