Los pobres ricos

Los verdaderos ricos no son los que más tienen sino los que menos necesitan

Decía José Múgica, en una de sus sabias disertaciones públicas, que todo en nuestra sociedad está montado en torno al dinero, a la "plata", y por extensión al hecho mismo de consumir, de comprar y vender, de comerciar, en definitiva. El consumo, además, es sinónimo de depredación del planeta; nuestra comodidad, lo que comúnmente llamamos "sociedad del bienestar" se construye sobre la destrucción y aniquilación sistemática de la naturaleza y sus recursos limitados. La sociedad de consumo crea en el individuo la necesidad de comprar, de adquirir determinados bienes, artículos o derechos, inculcándole la idea de que con ello compra una vida mejor, más cómoda y placentera, de un mayor nivel y calidad. La trampa de todo ello reside en no ser consciente del tiempo que ha de emplearse para ganar el dinero suficiente y necesario que permita adquirir esos bienes y derechos. Empleamos nuestra vida, todo nuestro tiempo, por tanto, en trabajar para poder consumir después, para poder comprar los bienes deseados, para un futurible idílico y confortable que nunca llega pues desperdiciamos tontamente nuestro presente, la suma continua de nuestros presentes. Solo podemos ser felices, se nos hace saber, si trabajamos para alcanzar esa plena vida de comodidades, muchas veces con ocupaciones que nos resultan ingratas o insoportables, del todo ajenas a nuestros verdaderos intereses y motivaciones, a esos que de practicarlos sí que nos harían plenamente felices y realizados, criaturas en plenitud. Se crea la idea de una felicidad cimentada en la posesión de riquezas materiales, de comodidades básicas o biológicas y se nos oculta la verdad. Esta gran trampa, este gran fiasco, es una hipoteca de por vida, una esclavitud inconsciente que nos hace desperdiciar -o dilapidar- nuestra verdadera fortuna personal. En realidad, nuestra única riqueza es el tiempo vital del que disponemos, el lapso que permaneceremos aquí, vivos. Y ese tiempo hay que invertirlo en experiencias diarias que, sin necesidad de gastar dinero extra, nos hagan felices mental e intelectualmente hablando. Al respecto dice Séneca que los verdaderos ricos no son los que más tienen, sino los que menos necesitan. No hay mayor pobreza, por tanto, que la acumulación de lujos y dineros como afán único de la existencia. La verdadera vida interior, la verdadera riqueza, no precisa de lujos materiales o posesiones, habita en la mente del individuo, en sus metas y anhelos intelectuales, en sus intereses de conocimiento sabio.

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