La política idiotiza

Nunca fue fácil entender la causa de que gente culta, de suyo razonable y sosegada en otros ámbitos de la vida

La proliferación esporádica, e históricamente cíclica, de políticos fabuladores, fanáticos, ineptos o simplemente mentirosos que, por una razón u otra, creen que sus intereses justifican cualquier medio, suele causar crisis trágicas en la sociedad a la que infectan. Y la plaga, de regreso en este S. XXI, nos ha sorprendido sin remedios profilácticos a mano. O acaso sí los haya, aunque algo nos ofusca a la hora de detectarla y aliviarla. Una especie de síndrome cegador, que cuenta ya con serias evidencias científicas, que hace que la política idiotice y nos atonte al punto de impedirnos ver las falacias más patentes y absurdas que nos ofrecen unos politicastros y otros. Nunca fue fácil entender la causa de que gente culta, de suyo razonable y sosegada en otros ámbitos de la vida, en ciertas situaciones se trasformen de pronto en energúmenos vociferantes y hasta agresivos cuando media una polémica política, deportiva o amorosa por medio. La explicación que sugiere el profesor de la Universidad de Harvard, Steven Pinker (En defensa de la Ilustración), citando varios estudios, es que alistarse en unas siglas políticas es como afiliarse a un equipo de fútbol: el nivel de testosterona te sube o baja en una noche electoral, exactamente igual a como lo hace ante una final futbolera. O sea que al adscribirse a un colectivo como militante partidista o como fans deportivo, muchos ya no ven sino las anomalías del contrario y tienden a justificar o perdonar cualquier defecto de los suyos. Y claro, vota a sus siglas, por ineptos que sean sus candidatos, o se casa con quien algún día se desvelará preguntándose: pero ¿cómo pude votar a aquel, o casarme con éste? Pues sucede porque quien cae en ese tipo de pasión amorosa, como quien se fanatiza política o deportivamente, deja de razonar y ya solo busca con ahínco consumir noticias que intensifiquen su entusiasmo, y las metaboliza, sin analizarlas ni valorarlas, para robustecer su apego al partido (político) o al equipo (deportivo), o a la pareja (amor), que le embriaga. Pero quizá lo más preocupante, según el profesor Pinker, es que no cabe referir tal sesgo emocional como exclusivo de las clases menos ilustradas porque, con harta frecuencia, son justo las elites sociales, las más propicias a sufrir esas pulsiones primarias, lo que ha permitido afirmar a algún sociólogo, como antes decía, que la política nos vuelve estúpidos, nos idiotiza.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios