Metafóricamente hablando

Nos sentamos al fresco

Pronto se inundó la calle de butacas, mecedoras y sillas, cada quien se acomodaba a sus necesidades

Levantó un poco la persiana, casi con miedo, para comprobar si el sol se estaba poniendo y bajaba la intensidad de su furia. El día había sido agotador, refugiados en sus casas, con puertas y ventanas cerradas, acechaban el momento en que podrían salir a respirar. Los últimos rayos calcinaban las piedras del jardín, así que se preparó para asaltar sus dominios, aprovechando su ausencia durante las horas nocturnas. Se dio una ducha con agua fría (lo que no dejaba de ser una ironía, ya que fría, lo que se dice fría, solo el agua de la nevera…), vestida con su bata abotonada y un moño sobre la nuca, se adornó el pelo con una pequeña biznaga de jazmines a punto de abrir, aquella flor exótica que emanaba efluvios perfumados, le retrotraía a su infancia en la que el verano olía a jazmines y San Pedros. Abrió la puerta de la calle y con un cubo de agua en las manos, baldeó la acera que, agradecida, despedía el calor acumulado en forma de vapor. La luz cenital, se resistía a abandonar el mundo sometido a ella a lo largo del día, y continuaba iluminándolo todo, a pesar de que el sol se había ocultado hacía ya bastante tiempo. Poco a poco se iban abriendo puertas, y los vecinos, saludándose aliviados, iban haciendo lo propio. Pronto se inundó la calle de butacas, mecedoras y sillas, cada quien se acomodaba a sus necesidades, pero una era común: salir a respirar el aire que poco a poco iba refrescando, aunque de forma imperceptible. Los niños, que habían permanecido todo el día encerrados en las casas, salían como una exhalación para arremolinarse en el parque infantil, instalado por el ayuntamiento en la plaza de la Iglesia, hacía menos de un año. Esa genial idea, aplaudida por chicos y grandes, estaba acabando con los juegos infantiles tradicionales, era más cómodo el columpio, o el tobogán, que correr al pilla-pilla o al escondite. Poco a poco, las costumbres ancestrales se iban acomodando al paso del tiempo, y a las nuevas modas. Los más jóvenes, desechaban salir a tomar el fresco a las puertas, refugiándose con más ardor en el interior de sus casas, con el aire acondicionado a "todo meter", y viendo series de Netflix. En la calle, las conversaciones no decaían: se hablaba del tiempo (ese era un clásico), de las últimas noticias con las que se les había bombardeado a lo largo del día, y finalmente se retrotraían a su historia local, chascarrillos, anécdotas, y cuentos, que reforzaban los lazos de la comunidad. Su nieto, inmerso en su página de internet, vivía un mundo paralelo, sin saber aún que algún día recordaría esto como un sueño. Sin más patrimonio que sus recuerdos, iría olvidando la pequeña historia de su pueblo, los motes de la gente, las historias de la mili o las anécdotas de sus abuelos que le daban identidad frente al mundo. Nos sentamos al fresco?

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