La cuarta pared

La sociedad de la nieve

Una casa improvisada, un refugio con mayúsculas cuyo único objetivo no era otro que evitar la muerte por hipotermia

En octubre de 1972, el vuelo 751 de la Fuerza Aérea Uruguaya sobrevolaba la cordillera de los Andes repleto de civiles en un vuelo rutinario hacia Chile cuando, desgraciadamente, un aparatoso accidente propiciado por unas fuertes corrientes de aire causó una de las mayores tragedias aéreas que se recuerdan. Sin embargo, a su vez, dio lugar a una de las historias de superación y cooperación más notorias de la humanidad. Los más de 20 supervivientes al impacto se vieron obligados a hacer frente a innumerables dificultades en un entorno realmente hostil y bello al mismo tiempo. Tuvieron que organizarse como una pequeña sociedad para determinar distintos roles en función de las capacidades de cada uno. El encargado de gestionar la comida, el que se ocupaba de la ropa, el que organizaba los restos de equipajes disponibles… y todo ello alrededor del principal nodo de acción de toda esta historia: el fuselaje del avión.

Reconvertidos en alojamiento de guerra o más bien en hábitat con fecha de caducidad, los restos del avión fueron el hogar de los supervivientes durante 72 días. Una casa improvisada, un refugio con mayúsculas cuyo único objetivo no era otro que evitar la muerte por hipotermia. Posiblemente se trate del verdadero héroe silencioso de toda esta epopeya. Sus paredes fueron realmente decisivas frente a las bajas temperaturas, los fuertes vientos y las numerosas tormentas que azotaron la cordillera en ese gélido y particular año.

Indiscutiblemente, fueron muchos los factores que tuvieron que alinearse para propiciar el rescate de los que aguantaron con vida pero, sin una guarida donde dormir posiblemente no hubieran soportado ni la primera borrasca. Y no sólo por una cuestión puramente física, sino también desde el punto de vista emocional.

Dicen que el ser humano no puede aguantar más de 3 minutos sin aire, 3 días sin agua ni 3 semanas sin comida pero, a esta tétrica lista deberíamos incluir 3 meses sin alojamiento, aunque solo sea el portal de un edificio o el cajero de un banco. El sentimiento de pertenencia identidad es tan indispensable para la salud mental como para el resguardo frente al clima. Necesitamos la tranquilidad que nos aporta la seguridad del hogar, aunque tenga la puerta abierta y se pueda colar un oso polar o una avalancha. Nuestra especie siempre ha vivido en sociedad para aprovecharse del apoyo de nuestros compañeros, pero también para dormir calientes en la cueva.

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