Enero de 2.022, en cualquier lugar del planeta una familia huye del hambre, de la guerra, de la persecución por sus ideas, su religión o su etnia. Podrían llamarse María, José o Jesús, Miriam, Boris o Nadia, cualquier nombre sería acertado. Millones de personas desplazadas vagan por el mundo, buscando un lugar en el que vivir en paz y con dignidad, sin que haya esperanzas de que esto pueda cambiar en un solo día, ni siquiera en un año. Paralelamente, miles de personas acogieron el nuevo año celebrando fiestas, abrieron los regalos y juguetes que Papá Noel dejó para los Reyes Magos, por aquello de distribuir el trabajo, ya que la tierra es muy grande y la tarea demasiado pesada para personajes tan gastadas. Muchos niños seguramente no tuvieron calcetines para poner en las ventanas, o dulces y licor para los reyes, ni paja para los camellos, pero ese es un pequeño detalle que escapa al primer mundo, ocupado como siempre en asuntos más importantes. Estos pensamientos le perseguían desde hacía años, acababa la navidad derrotada, cansada tras la maratón de preparar las comidas, los regalos, los adornos para que la casa pareciese un parque temático, y sobretodo, arrollada por la vorágine consumista en la que al final caía, a pesar de todos sus intentos de huir. Lo mejor es que se ha acabado imponiendo la estética de la nieve y los renos, muy ligados como todo el mundo sabe, al polo norte, o quizá al polo sur, aunque este detalle es indiferente, todos los cristianos sabemos que en esta época del año Belén se encuentra enterrado en nieve, o no?. Recordaba que antes de las muñecas de Famosa, eran los pastores los que iban al portal, y que los regalos no estaban en el Corte Inglés y grandes superficies, sino que los traían los reyes Magos de Oriente, previa carta en la que se justificase que habías sido un niñ@ muy buen@, y que los mayores no pedían nada a los Reyes, sino que tocaban la pandereta y la zambomba, cantando villancicos después de beber algo más de la cuenta. Aunque la verdadera revolución la han protagonizado las luces LED. Ya ni abetos, ni "portalicos", ni "papás noeles", ni nada de nada, basta con unas tiras de luces para hacer figuras y poder iluminar bien los escaparates, que hay que combatir la depresión consumiendo. En tanto, millones de personas pasan frío, hambre, miedo, enfermedades, y todo tipo de calamidades evitables, pero para que está la historia sino para repetirse? Dos mil años no son nada, si feliz la mirada se eleva sobre una ciudad iluminada en una noria gigante, que nos haga olvidar el ser acobardado que podemos llegar a ser, o el ser insolidario que se esconde dentro, o nos recuerde el ser comprometido, que consciente de las injusticias que se siguen cometiendo, se propone trabajar para erradicar la tragedia que persigue a tantas familias que tienen que huir y que ni tan siquiera encontraran un portal en el que refugiarse.

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