A ver qué país dejáis

Valores que hoy se ven degradados por el retorno a los modales propios del fanatismo y el escupitajo

Publicó el domingo pasado M. Vicent, en El País, una perspicaz columna acopiando aspectos en los que España podía sentirse orgullosa del esfuerzo colectivo de su gente, tras el esfuerzo de varias generaciones que hicieron posible, en esta tierra de confluencia intercontinental, de antagonismos históricos y apasionamientos fatuos, afianzar un régimen democrático entre los más garantistas del orbe, o ser líder mundial en trasplantes de órganos, en atención sanitaria, en esperanza de vida o en el desarrollo de energías limpias, y que exporta, además de hortalizas, técnicas gastronómicas o empresariales, disfrutando unos índices de seguridad ciudadana que envidian muchos países del mundo, incluidos los euronórdicos. Fue el de Vicent un diagnóstico sociopolítico interesante que cabe insertar en esa deriva editorial en boga de algunos sociólogos racionalistas, con patrocinadores curiosos, que vienen publicando en los últimos años, ensayos con un alto optimismo, bien motivado, sobre el sólido progreso que el mundo civilizado nos ofrece, hoy por hoy. Me refiero a libros como Factfulness, del sueco, H. Rosling, (del que B. Gates regala un ejemplar a los estudiantes que se gradúen en EEUU), o como En defensa de la Ilustración, del profesor de Harvard, S. Pinker, quienes, a golpe de estadísticas verificables, confirman que en el mundo hay más democracias y menos pobres o dictadores que nunca, o que en la historia humana nunca hubo una economía más redistributiva que hoy.

Sus argumentos son tan sólidos en defensa del cosmopolitismo, como críticos con el retorno de los nacionalismos y los populismos de líderes reaccionarios. Y aunque queden muchas injusticias y retos enormes por superar, nadie lo duda, tampoco cabe cuestionar que este bienestar ha sido fruto del impulso de las generaciones que, desde mediados de siglo pasado -mayores hoy de sesenta años- con el fin lograr una sociedad en paz asumieron, en pro de la modernidad y sacrificando egos, priorizar valores como el respeto, la tolerancia y la paciencia. Valores que hoy, empero, se ven degradados por el retorno a los modales propios del fanatismo, del insulto, el escupitajo al rival, y de tantas otras infamias como se ven. Y digo yo que si con aquel talante conciliador, hoy legamos a nuestros hijos un país en afanoso progreso, a ver qué país vais a dejar a los vuestros con la promoción del odio y del todo o nada. So listos.

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