Estaba amaneciendo, aparentemente sería igual que todos los días, el cielo iba adoptando una luminosidad imperceptible, hasta que un tímido sol iba asomando su rostro curioso, tras la montaña que le acompañaba en el juego diario de iluminar la tierra que se extendía bajo su mirada indiferente. A lo largo de su vida había observado este milagro cuando se disponía a trabajar, pero no era consciente de tal belleza, el sueño y el cansancio acumulado de toda la semana, le impedían disfrutar de este evento. Apenas había entrado en la oficina iluminada artificialmente, y encendido el ordenador, cuando el sol lucía en todo su esplendor cubriendo la ciudad de una luz inigualable, pero este hecho era ajeno a ella, la ventana de su oficina estaba orientada al norte y se abría a una calle tan estrecha y llena de tráfico, que siempre la mantuvo cerrada. Cuando llegaba el invierno, era aún más desolador, a la oscuridad propia de la época, se sumaba el frío que le calaba hasta los huesos, después el día era un continuo frenesí, coger las llamadas del teléfono infernal que no dejaba de sonar en todo el día, atender las visitas previamente programadas, que jamás se ajustaban al horario previsto, preparar el trabajo para el día siguiente, y así un día tras otro sin solución de continuidad. Y eso era en definitiva a lo que se llamaba progreso? -se preguntaba una y otra vez, conforme pasaban los años y ella veía como transcurría la vida ante sus ojos, sin apenas haberla saludado. Sus hijos crecieron de forma casi imperceptible, como tantos amaneceres, y entre los pañales y biberones, y el momento en que le pidieron salir los fines de semana con sus amigos, solo había transcurrido un suspiro. Bueno, eso era lo que a ella le había parecido, pero cuando se miraba al espejo, y descubría sus primeras canas, la arruguita aún indefinida, en el contorno de sus ojos, que por demás, también habían perdido su brillo, se daba cuenta de que esto no era una broma, que solo había dos opciones: te comes la vida o ella te devora a ti. No tenía muy claro lo que podía hacer, toda su vida se había preparado para competir, aunque nadie la había explicado cuál era el precio, ni el premio a semejante esfuerzo. El padre de sus hijos, cansado de esa vida hostil, decidió buscar nuevos horizontes. Tal fue su determinación, que la arrastró a vivir en el campo, casi contra su voluntad, y por el único motivo de que no estaba preparada para la soledad. La idea de romper su familia estaba tan alejada de su pensamiento, como la de trasladarse de la ciudad al campo, pero una cosa tenía clara: todos juntos, fuese donde fuese que les llevase la vida, y esta decidió por ella, la empresa le pidió teletrabajar. Lo que en un principio fue un tsunami, hoy disfrutando de aquellos primeros rayos de sol, que entraban por la cristalera que daba al magnifico jardín que rodeaba su casa, le descubrió que otro mundo es posible.

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