El caso Goldman | Crítica

El difícil tema de los años de plomo

El belga Arieh Worthalter logró el César al mejor actor protagonista por ‘El caso Goldman’.

El belga Arieh Worthalter logró el César al mejor actor protagonista por ‘El caso Goldman’. / D. S.

El caso Goldman tuvo una amplia repercusión en la Francia de los años 70. Tenía todos los ingredientes para ello: hijo de judíos polacos que emigraron a Francia en los años 20 huyendo de los progromos, comunistas y héroes de la resistencia, Pierre Goldman fue un intelectual y militante de extrema izquierda partidario de lo que se llamaba acción directa tras pasar un año como guerrillero en Venezuela, quizás influido por la idea de trasladar la lucha cuerpo a cuerpo de sus padres contra los nazis y el antisemitismo a un contexto democrático que él entendía como opresión capitalista.

Eran los años de plomo –mucho más duros en Italia y Alemania que en Francia– del terrorismo de extrema izquierda y extrema derecha. Goldman no tuvo delitos de sangre, pero cometió tres atracos con la mala fortuna de que le achacaran otro en el que fueron asesinadas dos farmacéuticas y herido gravemente un policía. Condenado a cadena perpetua, sus abogados y una intensa campaña política y mediática –con Sartre, Beauvoir y Signoret al frente– lograron la revisión del caso con un nuevo proceso, tras el que quedó exonerado de los asesinatos, en el que se demostraron fallos en la investigación y la actuación procesal anterior que se ligaron al antisemitismo invocando un nuevo caso Dreyfus urdido por la extrema derecha ascendente y por unos poderes públicos acobardados tras las agitaciones del 68 y el crecimiento de los radicalismos. Tras recuperar la libertad Goldman desarrolló una intensa actividad como escritor y periodista hasta su asesinato el 20 de septiembre de 1979, reivindicado por un grupo de extrema derecha pero nunca aclarado del todo.

En 2011 Canal Plus emitió un telefilme sobre su vida dirigido por Christophe Blanc. Ahora Cedric Kahn, realizador interesante pero irregular que ya ha abordado con distante frialdad personalidades complejas –un asesino en Roberto Succo, un drogadicto en rehabilitación en una apartada comunidad religiosa en El creyente– se enfrenta a este personaje lleno de contradicciones que representa las de los años 60 y 70 en los que parecieron desdibujarse los límites entre ideología y delincuencia o revolución y terrorismo, entre estado de derecho y vulneración de derechos, plena democracia y actuaciones de tintes totalitarios. Es prácticamente imposible moverse con objetividad en tan complejo contexto. Recuerdo la colectiva Alemania en otoño en la que participaron Kluge, Fassbinder o Schlondorff, Años de plomo de Von Trotta o El caso Moro de Ferrara o la más reciente Exterior noche de Bellocchio.

Kahn ha optado por una aproximación al cine testimonial. El guión se basa en una minuciosa investigación sobre los muchos documentos procesales, periodísticos y personales acumulados por este caso. Se ha rodado con tres cámaras en un decorado casi único para poder seleccionar en el montaje las reacciones simultáneas de diferentes personajes, privilegiando los primeros planos y planos medios. Se ha prescindido de la música. Contradiciendo estas acertadas elecciones se han introducido algunos elementos ficticios en mi opinión innecesarios, lo que ha procurado algunos desencuentros con la viuda de Goldman, la cineasta y periodista Christiane Succab-Goldman.

El resultado es una interesante y austera película procesal cuyo mayor valor es la gran interpretación de Arieh Worthalter, formidable actor belga (Instinto maternal, Abrázame fuerte, Nada que perder) que aquí realiza el mejor trabajo de su carrera, justamente premiado con César del cine francés.

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