Autoservicio

En las calles los adictos esperan al camello. Al Man. Espero al camello, con 26 euros en mi mano

Al principio fue la luz y luego fue el papel higiénico El Elefante. Antes era un simple y vulgar rollo de papel. Ahora es un mito, los rollos originales que conservan el envoltorio son joyas para los coleccionistas. Después vinieron los diferentes tipos de papel, más suaves, más esponjosos, más adecuados. Y por fin, vino la toallita. Al principio se usaban sólo para bebés y no eran fáciles de encontrar. Ahora las hay en todos los supermercados, en todos los formatos y con diferentes aditivos. Pronto habrá con diferentes diseños de estampado y si no, al tiempo. Su imparable auge sólo tiene un escollo, y no pequeño, tiene una longitud de un kilómetro y tapona un colector de aguas fecales en Valencia. Se han quitado ya 1500 toneladas (un millón y medio de kilos) y todavía queda como para gastar 2 millones de euros en retirarlo totalmente. Y no es un caso aislado, noticias similares surgen por doquier. Los ecologistas, los tremendistas y los apocalipsistas ya han puesto el grito en el cielo, o sea, en el suelo, o sea, en el subsuelo. El subsuelo se atora, el planeta se destruye. Nuestros inteligentes políticos están ya pensando en posibles soluciones. Mientras las piensan se fuman un puro y miran al techo, van a sus despachos de color azul, rojo, morado o naranja o incluso verde y organizan reuniones, despachan en los despachos, hacen declaraciones. Los más expeditivos piensan: yo seré el primero, el último, el único y declara la guerra a las toallitas. Como hago con cualquier cosa que provoca cualquier problema, solemnemente, la prohíbo. Y cunde el pánico, se hace el terror. Yo hago acopio de grandes cantidades de paquetes de varios formatos, como al inicio de todas las guerras hacían las abuelas. Empiezan a escasear en los supermercados cercanos a la prohibición. En las aduanas los agentes adiestran a los perros habituándolos a las toallitas y luego privándoles de ellas y los perros, nerviosos, (cómo para no estarlo) ladran cuando detectan cualquier tipo de formato, cualquier sabor, cualquier aditivo. Es para mi consumo personal, dicen los interfectos. Eso dígaselo al juez. Los contrabandistas se frotan las manos, una prohibición, un negocio, piensan. Y habilitan sus naves veloces para la nueva ley seca, nunca mejor dicho, por lo de las toallitas, húmedas. En las calles los adictos esperan al camello. Al Man. Espero al camello, con veintiséis euros en mi mano.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios