El Cid, la tele y los macarras de burdel

Nuestra cultura llama "héroe" a la víctima de la violencia, se fija en la sangre antes que en la herida con actores limitados

Quien Estas Navidades le he echado un ojo a la serie El Cid, bien vendida a golpe de escandalillo, lucha de clases de todo a cien y culturilla de la cancelación. El mecanismo creativo es simple: se agarra un personaje de aroma heroico, se suprimen los componentes literarios, no vayamos a caer en el pecado de hojear un libro, se convierten sus batallas en pendencias de macarras, el amor en coito aullado y la virtud del guerrero en ver quién le mete al otro la mejor mojada. Así las cosas, se acaba pensando que no hace falta leerse el poema. Sí, somos especiales los de Letras: me intrigaba ver la imagen de Ruy Díaz de Vivar, compararla con el Cantar de Mío Cid y, de otro lado, con las afiladas mandíbulas de Charlton Heston y las imposibles curvas de Sofía Loren. El resultado es tan "kitsch" como comprar Eau de Vayaunoasaber para ver si nos adoran como a los semidioses de los anuncios.

Aquiles eligió tener vida corta y larga gloria; Héctor, morir defendiendo Troya antes que vivir con la mancha del deshonor. El piadoso padre Eneas hace de la obediencia una obligación religiosa, Roland cae por no retirarse y Leónidas y sus Trescientos para que los aliados ganaran tiempo. Incluso Aragorn, hijo de Arathorn, el nieto de la Loli, tiene un motivo mayor que él mismo: no es el Anillo, es la lucha final contra la Oscuridad.

Nuestra cultura llama "héroe" a la víctima de la violencia, se fija en la sangre antes que en la herida y nos muestra actores de registro muy limitado salvo en las escenas de cama, obligatorio porno políticamente correcto de las series estadounidenses. Básicamente, son matones con abdominales divinos, almas desiertas y más excusas que principios.

La Épica no es la historia de quién apuñala a quién, sino una presentación de valores culturales que llegan a su apogeo en el momento supremo del duelo: si nos cargamos el verso, el ritmo y la magia de la creación artística para convertirlos en kleenex audiovisual, el combate de Héctor y Aquiles ante Troya, el duelo en el OK Corral o cada gesta del Cid son simples pendencias de burdel.

La Épica habla de tener a los héroes como referencia, mientras que series como la que digo son operetas o farsas acaso relacionadas con otro referente clásico más claro: los espectáculos de gladiadores. Prefiero la gamberrada visual de 30 Monedas: Álex de la Iglesia no nos vende humo de pajas, invita a jugar a susto o muerte y ya está.

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