Dentro y fuera de un laberinto

Me siento como aquel Jesulín, que comparaba diversas situaciones políticas con un toro

Recuerdo haber visto en televisión el proceso que se sigue para distribuir a los toros antes de la corrida. Era una especie de laberinto con una serie de puertas que se abrían y cerraban a voluntad desde la parte superior y que iban guiando al toro, lo quisiera o no, hasta el chiquero. El toro no había elegido ir a esa plaza, ni tampoco en esa fecha, y menos aún que al estar encerrado en cierto chiquero, sea toreado y muerto a estoque por determinado diestro. ¿Habría que responsabilizar al toro de estar en la situación en la que se encuentra? Pasillos complicados y puertas abiertas o cerradas a voluntad de otros. Tampoco el laberinto es obra suya: alguien diferente lo ha diseñado. En estos momentos me siento como aquel Jesulín, personaje de las marionetas, que comparaba diversas situaciones políticas con un toro. Yo voy a comparar el desencajonamiento de los toros con la situación actual. Es un auténtico laberinto. Un laberinto que no tiene un autor concreto, que es fruto de una situación social en la que cristalizan muchos intereses diferentes, planteamientos diferentes; en el fondo, ideologías distintas y a menudo confrontadas. Se trata de una responsabilidad compartida. Sin embargo, los pasillos del laberinto sí que tienen puertas con sus dueños o responsables y son quienes deciden abrir o cerrar la puerta. Y con esa decisión permiten o impiden que alguien entre o salga de ese ramal del laberinto. Esos caminos del laberinto llevan a la misma meta, por lo que el dueño de la puerta permite o impide que alguien llegue a la meta. Si muchos de los dueños de los ramales impiden que pase una persona que tiene que llegar a esa meta, entonces nos encontramos ante una situación más bien compleja. Es una situación difícil porque es necesario que una determinada persona (no cualquiera) llegue a esa meta, y es tan necesario que posiblemente en gran medida la mejora de muchas vidas depende de que arribe a buen puerto. En esta situación, si las puertas grandes están bloqueadas ¿es razonable recurrir a puertas pequeñas, a algo parecido a unas gateras? Son también puertas y los dueños tienen toda la legitimidad para abrirlas o cerrarlas. Y llevan al mismo destino. ¿Quién o quiénes serán, en todo caso, el responsable de haber tenido que entrar dando ese rodeo? ¿Tendrán derecho los que mantienen las puertas cerradas a despotricar de quien ha buscado una salida?

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