Momento post-festivales

Cuando contemplo cómo se desarrolla ahora la Semana Santa, veo más que “conmemoración” un ambiente “festivalero”

Uno de los recuerdos de mi infancia se retrotrae a aquel Viernes Santo, tendría yo unos siete u ocho años, en el que se me ocurrió salir a la calle a jugar a la pelota. Al momento salió una vecina que me increpó diciendo:” Que el Señor está muerto!”. Es claro que eran otros tiempos y otras circunstancias: ni bares, ni coches por las calles: silencio casi absoluto. Ni siquiera las procesiones tenían mucho colorido: tampoco había dinero para más. Si yo me hubiera ausentado durante todos estos años y de pronto me encontrara con esta nueva Semana Santa no sabría qué pensar. Detectar algún parecido entre aquello y esto es tarea imposible. Cuando contemplo cómo se desarrolla ahora esta conmemoración, me da por pensar que más que “festividad” es un ambiente “festivalero”. Tal como yo lo veo, estos días se resumen en un puro y simple exhibicionismo. La verdad es que desde un punto de vista estético hay momentos que alcanzan un grado supremo. Las ciudades se convierten en un gran escenario donde cada cual, individuos o colectivos, pugnan por ofrecer un mejor espectáculo intentando superar a las cofradías rivales. Desde “más bello que”, “más rico que”, hasta el “más difícil todavía”. Vistas desde fuera las procesiones que ocupan nuestras poblaciones no parecen ser otra cosa. Pero a uno le da por pensar cuál es el contenido religioso que pueden tener esas manifestaciones espectaculares. Pongamos por caso: ¿tienen algún sentido ascético o místico las famosas “levantás”, acogidas con encendidos aplausos por los espectadores? ¿O ese tener que sacar de la iglesia de rodillas algunos de los pasos porque las puertas no permiten sacarlas de otra manera y que suscita también alabanzas encendidas? ¿Y qué decir de las numerosas mantillas y peinetas que van detrás de algunas vírgenes y que luego aparecen fotografiadas y relacionadas en la prensa? No tengo nada en contra de todas estas formas de celebrar unas fiestas llenas de animación y colorido. Pero tal como están las cosas no veo que haya mucha diferencia entre el carnaval y estos disfraces. Pero llamemos a las cosas por su nombre. Lo sagrado sepultado por lo profano. A fuerza de resaltar actuaciones derivadas de algunas conmemoraciones religiosas, lo accesorio se ha ido imponiendo a lo esencial y hemos desembocado en un acople de esas manifestaciones al espíritu de una sociedad cada vez más laica. ¿Enhorabuena?

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