Desencanto espiritual

El tiempo, paso a paso, discurre en una constante vulneración de la legalidad vigente y de la unidad de España

Hace algunos días nos deseábamos a través de las palabras, gestos y miradas, mutuamente, salvo honrosas excepciones, debido a las envidias y egoísmos, que tuviéramos un feliz, próspero y venturoso año 2017. Pero tras 16 días de este gélido mes de enero, a pie de calle, no se percibe halos esperanzadores de un mejor mañana. Hay cada vez mayor número de españoles de bien que son incapaces de cambiar las arcaicas estructuras geopolíticas para metabolizar en la sociedad civil un sentir positivo y óptimo de calidad en la gestión democrática a través de la gobernanza pública. Pero el tiempo, paso a paso, discurre un día sí, otro también, en una constante vulneración a de la legalidad vigente y de la unidad de España mediante la denuncia de las resoluciones rupturistas de instituciones tanto del País Vasco como de Cataluña, con manifestaciones tan ignominiosas como la ausencia de la bandera española en los edificios públicos y mucho más grave mancillar la memoria, dignidad y justicia de las víctimas del terrorismo. El siglo XIX y parte del XX los españoles sufrimos los desajustes de una pésima política gubernamental, respecto a provincias españolas como Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Guinea, Sahara, etcétera, sobre las que no teníamos ningún sentido de relación colonial ni de protectorado alguno, incardinándose filialmente en el propio metabolismo del ser español desde los Trastámaras. Desde los sentires unamunianos y machadianos no hemos levantado cabeza, tras una inteligente y fraternal Transición política, que supuso el punto de inflexión para que España comenzase a desarrollar democráticamente su proyecto de identidad común, habiendo bastado 30 escasos años más para que todo se esté viniendo al carajo. Desde primera hora de cada día, los noticieros alumbran la demoledora situación actual: la unidad de España cuestionada, su historia, su tradición, su cultura, la sanidad pública masificada y ahora "la doble progresividad", la ley de la dependencia con nulos recursos, la convulsionada educación parece que está en ser una fábrica de incultos y no respetar la memoria, precariedad laboral, salarios para malvivir, parados sin expectativas profesionales, la duda de cobro de las pensiones, los políticos corruptos riéndose de la presunción de inocencia, etcétera. A pesar del agnóstico y espiritual desencanto, nos gustaría tener esperanza y mirar al futuro con ilusión.

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