En el Día del Libro

Sin menospreciar lo digital, nada como el tacto del papel y el silencio de la biblioteca. Leer un libro, creo, libera el poder que nos hace seres humanos

Tenemos en nuestra sociedad un auténtico santoral laico formado por todo tipo de conmemoraciones de mayor o menor rango. Una de ellas es la de hoy, el Día Internacional del Libro y los Derechos de Autor, así, todo lleno de mayúsculas, que no se diga que no se le da la debida importancia. No contaré la historia de la coincidencia forzada de los fallecimientos de Cervantes y Shakespeare porque, o es bien sabida, o se puede encontrar en muchos sitios. Si me lo permiten, recurriré a la Filología, mi profesión y pasión.

Ya desde el principio, se usa la figura de la metonimia: el material designa al contenido. Señalan los diccionarios especializados que el latín "liber" (de donde "libro") se refiere a la corteza de un árbol y se relaciona con el verbo griego "lepein", que significa "pelar". Algo parecido ocurre con el inglés "book", parece que emparentado con "beech", la madera del haya. Si tenemos en cuenta su origen, la palabra remite a que la escritura se practicaba en el dorso de las cortezas y desde ahí fue evolucionando hacia otros materiales: pergaminos, papiros, papel y, actualmente, bits. Nada que ver con el adjetivo "libre", aunque la escritura y la lectura sean causa y consecuencia de la libertad. Cosa distinta es que esa corteza de árbol, el libro, se usara para algo que solo nuestra especie ha logrado hacer: transmitir la información de modo más eficaz y celéreo que los genes. Aquella colección de cortezas escritas, el libro, permitió que aprendiéramos más y nos regaló la libertad de acceder al conocimiento sin depender de la voluntad de otros intermediarios. Quizá por eso ha habido siempre tanto interés en controlar la difusión escrita del pensamiento, porque quien sabe y puede leer también será capaz de tener autonomía intelectual.

El libro, hijo de la escritura, es una de las mayores conquistas de la Humanidad. No encuentro placer estético mayor que esas bibliotecas llenas de volúmenes que aguardan pacientes a que se libere su hechizo, ni compra más agradable que la de un libro en la tienda de un amigo. La librería pequeña me parece cercana, humana, un ámbito de relación de personas que, de no ser por la cultura, igual no habrían llegado a conocerse. Sin menospreciar lo digital, para mí nada sustituye el tacto del papel, ni el silencio de la biblioteca, ni la fraternidad de la librería. Leer un libro, creo, libera el poder que nos hace seres humanos.

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