Miles de oráculos llevan ya algún tiempo anunciando que tenemos encima una nueva crisis. Y de las gordas. Dicen que, en comparación, la del 2008 va a parecer la quiebra de un kiosco de chuches. Lo primero que uno se pregunta es qué ganan los agoreros. Ellos puede que nos contesten que es para que estemos preparados. Pero, ¿preparados para qué? ¿Para tomar medidas o para que nos dediquemos al llanto y al crujir de dientes? Porque por muy mal que se ponga la cosa, a ver qué leche puede hacer el currito de a pié. Incluso los políticos tienen poco margen de maniobra, excepto un pequeño grupo de plutócratas que son los que parten el bacalao. Los demás solo podemos mirar y contemplar dos alternativas: el paro o la bajada de sueldos. No parece que haya mucho margen para seguir bajando sueldos y aumentando el paro. Porque al fin y al cabo todo el mundo tendrá que comer y buscarse un techo, o palmarla. Para colmo, el mundo está bajo el mando de un patán pirulero, circunstancia que hasta ahora no se había dado en semejante grado. El más bruto hasta ahora había sido George dobleuve Bush y hasta él está horrorizado con la deriva de su sucesor.

Seguramente por eso está resurgiendo el género de la distopía. Desde el exitazo de "El cuento de la criada" hasta la nueva vida del clásico de Orwell "1984", que lleva varios años en la lista de libros más vendidos. Pasando por Farenheit 451 o Un mundo feliz. Y eso que en estas ficciones el mundo seguía existiendo, pero en otras como "La carretera" de Cormac McCarthy apenas quedan criaturas humanas en un mundo arrasado. Y aun hay más, como decía el Super Ratón: en la novela La hora final, de Nevil Shute, un grupo de supervivientes de una guerra nuclear total, espera la muerte en una playa australiana. Hoy olvidada, fue un "bestseller" en los sesenta y dio lugar a una exitosa película con Gregory Peck y Ava Gardner. O sea, que puestos a distopías no sabemos cuál sería la más horrenda, la que se pareciera a las de Orwell o Atwood, o la del jodío Shute.

Claro que también podría ocurrir que los arúspices, en vez de profetas sean sádicos y disfruten castigándonos. Esto no sería nada raro, pues por algo a la Economía la llamó Carlyle "la ciencia lúgubre". Es verdad que los sado-pesimistas de hoy no son solo economistas. Dice la sabiduría popular que todo se pega menos la hermosura. Hay que añadir que lo malo es lo que más y primero se pega.

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