El Greco y Picasso

Desde 1906 la referencia estilística al gran pintor manierista desaparece de la obra picassiana

Con motivo del año Picasso, el Museo del Prado exhibe estos días una pequeña exposición que pretende demostrar la influencia ejercida por El Greco en el nacimiento y desarrollo del cubismo analítico. La fascinación ejercida por el cretense sobre el malagueño, especialmente en sus épocas primeras, es evidentísima y está más que demostrada. Sus años jóvenes de Barcelona, en el contacto con los modernistas Casas y Rusiñol, fueron su “bautismo” grequiano. Rusiñol sentía una fiebre especial por El Greco e incluso adquirió un par de obras suyas en París. De estos años son algunas cabezas en el estilo de El Greco que Picasso pintó a modo de divertimento, aprendizaje y asimilación. Ya en París, la sombra del griego de Toledo sigue acaparándolo, hasta el punto de practicar una cierta emulación de su estilo en muchas de sus figuras de desamparados y famélicos bohemios en la Época Azul. Resulta evidente y revelador, en este sentido, contemplar el San Juan Bautista que El Greco pintó en 1577 para el retablo principal de Santo Domingo el Antiguo, su primer gran encargo en tierras toledanas. Podría decirse que esta figura sublime es el sueño inalcanzado del Picasso Azul, por la pasmosa similitud técnica, estilística, dibujística y colorista entre los dos autores, y por la muy superior altura del cretense. Retazos en su Época Rosa recuerdan todavía a Domenico Greco, en la estilización deformante, de cierto expresionismo poético, de algunas figuras de volatineros, arlequines y gentes del circo. Pero a partir de 1906, desde el periodo de Gósol, con el descubrimiento del arte íbero primitivo o el africano, la referencia estilística al gran pintor manierista desaparece de la obra picassiana. La pretensión del Prado, por tanto, es harto fallida, y la cotejación en sala de las obras de los ensayos del cubismo analítico con algunos santos del Apostolado del Museo del Greco y otras grandes obras del retablo de Doña María de Aragón, no funciona. No existe la menor vinculación entre unas y otras, por lo que puede calificarse de una ocurrencia tonta y metida con calzador, un experimento ridículo muy propio de comisarios narcisistas, tan abundantes hoy. Las obras casi monocromas y prácticamente abstractas, de corta y tímida pincelada, del primer Picasso cubista, quedan empequeñecidas, anuladas cual cromos insignificantes, ante las llamaradas de color del griego divino, ante su amplia, larga e incendiada pincelada, hecha de apasionada y extática vehemencia.

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