Desde hacía algún tiempo, había comenzado a sentir un ligero temblor en las manos. Sabía por experiencia que “el tiempo no pasa en balde”, pero no se iba a dejar abatir por tan poca cosa. Cogió las agujas, un ovillo de algodón color vainilla, y se dispuso a ejercitar sus manos inquietas, con la esperanza de controlar el ritmo. Ella no se consideraba mayor, seguía yendo al gimnasio y a la piscina dos veces en semana, lo único que la transportaba a la realidad eran las dos generaciones detrás de ella que ya estaban llamadas a participar en las urnas, eso sí que era un baño de realidad. El país hervía en debates estériles, opinadores de toda índole que hablaban “ex catedra”, entrevistas y coloquios, que llamaban la atención de los ciudadanos, según el interés de cada uno. En eso sí que había notado con toda nitidez el salto generacional entre las personas de su edad y los más jóvenes. Comprobó que los dedos obedecían mejor las órdenes que le daba su cerebro, eso la lleno de alegría. De repente miró el reloj y recordó que esa tarde había quedado con su amiga Lucia, iba justita. Dejó las agujas sobre la mesa, se vistió precipitadamente, y cuando llegó a la puerta del local en el que habían quedado, su amiga ya le estaba esperando. Lucía era bastante más joven, pero había que acercarse mucho para comprobar la diferencia de edad entre ellas, su forma de vestir y su manera de comportarse eran muy parecidas, desde que coincidieron en el trabajo se hicieron grandes amigas. Decidieron tomar un zumo de frutas y la conversación les llevó inexorablemente a los temas de rabiosa actualidad: los partidos políticos y sus propuestas para los próximos comicios. Ellas tenían las ideas muy claras, poco podían decirle los voceros, que se encargaban de linchar a unos y otros, que pudiese cambiar sus convicciones. Su educación, basada en la lectura y la experiencia, tanto propia como ajena, les habían hecho madurar sus propias ideas: sabían lo querían para ellas y para su país, por eso contrastaban propuestas y valoraban su viabilidad. Tanto ella como Lucía, se movían en esa franja de experiencia personal e influencia de los medios de comunicación, que las informaban más allá de sus vivencias personales, sin dejarse llevar por opiniones ajenas, más allá de lo razonable. Desde aquella terraza disfrutaron de una hermosa puesta de sol. Junto a ellas, unos jóvenes inmersos en sus teléfonos móviles, escuchaban audios en los que alguien les hablaba sobre las bondades de abstenerse en las próximas votaciones, como si precisamente a ellos, el futuro de su país no les afectase. Sin darse cuenta, se escuchó a sí misma diciendo: hagan juego señores, la partida ha comenzado! Los chicos ni se inmutaron y Lucía soltó una sonora carcajada impresionada por su atrevimiento.

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