Las redes sociales (especialmente twiter) están incendiadas, al parecer, porque ya hay turrones en las estanterías de Mercadona. Decimos al parecer porque no tenemos la costumbre de entrar en las susodichas redes. ¡Cómo se nota que esas redes están al alcance de cualquiera, incluidos los pobres!. Porque de toda la vida, en septiembre ya había mantecados y otros duces navideños en las tiendas de ultramarinos finos, coloniales y jamonerías. En los supermercados era menos probable encontrarlos, dado que los precios de salida de cualquier producto que llega como primicia suele ser más alto que cuando el tal producto está en plena temporada, y no digamos al final, cuando llegan las ofertas y los saldos. En los productos comestibles se nota muy claramente: los primeros higos llegaron hace unas semanas a más de diez euros el kilo y ahora están a cuatro o poco más. Y encima más ricos, pero esa es otra historia. Y no digamos el tomate raf, que sale a más de veinte euros a finales de año y llega a la mitad y aún a la cuarta parte en plena temporada.

Un aspecto de esta cuestión es que hay que ser rico para disfrutar de gollerías antes que los demás. Menos mal que este año los ricos están encontrando una compensación a sus esfuerzos innovadores. En Andalucía -por no ir más lejos, que podríamos- han puesto a cero el tipo del impuesto sobre el patrimonio, beneficio que solo beneficia a unos veinte mil ciudadanos de los ocho millones y medio que tiene la Comunidad. Y quienes son esos veinte mil, ¿los sin techo? ¿los abonados a los comedores sociales? ¿los parados de larga duración? ¿los asilados en las Hermanitas de los Pobres? Pues, no, resulta que la tal bajada total del impuesto afecta a los que tienen un patrimonio superior a tres cuartos de millón de euros (sin contar la vivienda), porque eran los únicos que estaban pagando algo por el citado impuesto a la riqueza. Imitando a Andalucía, y a Madrid que inició la puja, se ha desatado una competición intercomunitaria a ver quién baja más los impuestos. Eso sí, todos aseguran que aumentará su recaudación total porque atraerán a ricos de otras regiones, seducidos por el chollo. Lo de bajar impuestos es frase que a todos les gusta oír. Pero está claro que el gasto público no puede bajar, al menos en enseñanza y sanidad, y a ver de dónde sacamos los dineros. Porque ese mantra ultraliberal de que si bajan los impuestos aumenta la recaudación ("curva de Laffer" por más señas) es más falso que una moneda de trece euros.

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