Según me consta, el modelo actual de acceso a la función pública tiene origen en el siglo XVI con objeto de unas pruebas para el cargo de Teniente de Corregidores. En el siglo XIX surgió la regulación legal de este sistema dando lugar de forma paulatina a lo que entendemos hoy en día por un funcionario. Al principio no había inamovilidad, existía una cesantaía, pero al final se instauró tal condición a través del Estatuto Maura en 1918. Desde entonces la oposición es un procedimiento selectivo en el que diferentes personas se enfrentan unos a otros para ocupar unos puestos de trabajo públicos donde tendrán unas condiciones de trabajo privilegiadas respecto a los trabajadores de empresas privadas, hasta el hecho de salir del estatuto de los trabajadores y formar parte del estatuto básico del empleado público (otro distinto y mejor), algo que se ha convertido en una utopía laboral hoy en día. Pero, ¿lo es en realidad? El sentido de todo esto radica en la palabra oposición: la acción de oponerse. En el ámbito de las pruebas de oposición los unos se enfrentan a los otros considerando a las personas ajenas rivales y por lo tanto contrarios, una acción muy deshumanizada. Por otro lado cuando se producen tales pruebas solo se filtran los que obtienen mejor nota, no los más cualificados ni los más documentados en la materia. Solo pasan los mejor entrenados para superar las pruebas, nada más. Y esto es muy peligroso porque, aunque no en todos los casos, en muchos de ellos los funcionarios ven a los demás como rivales (esos son sus valores morales). Pero hay algo mas: la profesionalización. Veamos: en otros países como Alemania se valoran los méritos, y trayectoria profesional, además de la nota del examen. Y en el ámbito anglosajón un funcionario lo es por contrato por lo que está exento de inmunidad. Así que el currículo cuenta. Por esto, tal vez se haga necesaria una reflexión sobre si, en este país, hay una función pública profesionalizada o no. Y me temo que no. Por lo general los funcionarios no son las personas con más formación universitaria. Quizás deberíamos hacer caso al modelo alemán. Allí al menos el usuario sabe que le atiende un profesional, que lo era en esa materia antes de ser funcionario. El sentido de "lo público" es distinto. En Alemania existe una real vocación de servicio al ciudadano, por eso está en manos de profesionales.

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