Saturno

En los mentideros de la emoción supura la pus falsa como en un disfraz de Halloween

Es adusto, es taciturno, dueño es del tiempo, tiempo cruel. El tiempo es cruel pero él es el dueño del tiempo. El tiempo que no se mueve. Paco Ibáñez tiene ochenta y tres años y está barrigón pero suena que te cagas. La progresía decadente más selecta, la nueva ola de simbólicos, los seres vacíos, todos los que han encontrado la playa debajo de los adoquines y han puesto allí su sombrilla, la tumbona y el radiocassette, los que han escarbado un poco más y han encontrado el cofre del tesoro y cuando dice (Paco Ibáñez) que estamos americanizados y que vigilamos nuestra cartera y no el sol y el agua, aplauden a rabiar con el cofre del tesoro bien cerrado debajo del asiento del paraninfo, los que le ha hecho la cama la ideología, los que sudan gota a gota los parabienes de los saludos, los que si me tiras a la cabeza una bandera yo te tiro otra a ver si te rompo la crisma, los de letras (los de ciencias sólo van a conferencias de matemáticas), los de filosofía (ahora ya sin letras ni filo a la sofía y sí al cofre del tesoro), los del sol y el agua que no dejan de grabar con los móviles ni un puñetero segundo (los móviles americanizados de los tontos americanos) sin conseguir enfocar pero que guardarán para siempre el registro borroso y movido de una mancha donde no se ve nada, los rezagados que llegan tarde al cielo pensando que va a haber sitio para todos pero un ujier dice que ya no caben más y cierran las puertas. Lástima, debieran haber estado allí por todos los años en los que no se han perdido una manifestación y la cerveza con tapa de después. Lo de los poetas republicanos, Cernuda, Lorca, Bécquer ¿Bécquer?. Lo de Isabel La Católica. Sólo faltaron los Reyes Godos. Paco Ibáñez canta y entona de puta madre, y toca la guitarra mejor que muchos indies, digo esto para redimirme aunque mi redención es imposible. Como ahora soy un fantasma, sólo puedo aparecer en determinados sitios y luego desaparecer y los que me han visto no pueden asegurar que estaba allí de verdad. En los mentideros de la emoción supura la pus falsa como en un disfraz de Halloween. Yo me cuelo en los hangares de la fe sin tener carnet ni pedigrí. Yo era el que en las manifestaciones siempre aparecía después para la cerveza. Ellos estuvieron allí, ellos aspiraron un aire mejor que el mío. Son mejores que yo, que no estoy dentro del rebaño. No, a la gente no gusta que, uno tenga su propia fe.

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