Sabemos que cuando de analizar la evolución del mercado laboral en nuestra provincia se trata, la estacionalidad puede enmascarar debilidades, y fortalezas que también las hay. Esta prudencia es aún más necesaria ahora que andamos con la pandemia para arriba y para debajo de la curva. Desde luego, la incertidumbre no es lo mejor para tomar decisiones de inversión y menos para abrir un bar, todo sea dicho. La semana pasada comentaba la última ocurrencia en letras sobre recuperación, que se ve que con eso ya está todo solucionado. Ni en V, ni en L, esta vez toca la K. Unos suben y otros bajan, lo que, por cierto, ha sido siempre así. Cuando escuchas -como en cada crisis- no vamos a dejar a nadie atrás es bueno volver la cabeza no sea que la razón por la que no hay nadie detrás de ti es porque tú eres el último.

Todo trascurría con gran optimismo al terminar el confinamiento. Volvimos al gimnasio, volvimos a las terrazas (fue un poco al revés, el gimnasio después para acallar la culpa por recuperar con tanta ilusión las tapas perdidas). En nuestra provincia, en junio ya habían dejado el ERTE algo más de la mitad de los 25.466 trabajadores que en mayo estaban en uno. En julio se redujo otro 45%. Además, se recontrató a parte de los trabajadores despedidos y se reinició la campaña agrícola. Todo bien. Pero como en casa del pobre la alegría dura poco, y nosotros somos ese pobre, en agosto ya solo dejaron el ERTE 1.820 trabajadores y en septiembre 388. Quedan aún 4.487 personas en alguno de ellos. Es fácil predecir, por tanto, que ese es el suelo. No solo por como estemos nosotros, que no parece ir a peor nuestra parte de contagios, sino por cómo están otras zonas que hacen de tractor de nuestra economía provincial.

Por tanto, los datos silenciosos debajo de las cifras de descenso del paro este trimestre, vaticinan que el total de afectados por ERTES aumentará y, otra vez, la expresión empresas zombies -las que se mantienen por el ERTE- vuelve a sonar. Y, los perjudicados ya se ven claro: las trabajadores temporales, a los que, paradójicamente, también la prohibición de despedir en seis meses juega en su contra. El dato, aún, comienza a manifestarse aun cuando al ritmo de la segunda ola será en los próximos meses cuando lo veremos. Quizás se esté a tiempo de hacer algo. El año pasado, por ejemplo, en septiembre se registraron unos 41.500 contratos de trabajo y eso es un 16% más que este año. Y esa caída es de trabajadores temporales, los últimos en ser llamados a la fiesta de la recuperación.

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