La tapia del manicomio

Trabajo a domicilio

Nos están presentando el trabajo a domicilio como el último grito del avance tecnológico, como un último grito de su avance

Nos están presentando el trabajo a domicilio como el último grito del avance tecnológico. Como un avance que sólo las nuevas tecnologías pueden permitir, porque sin la minería de datos o la inteligencia artificial no habría sido posible que uno realizara su trabajo desde su casa. Y con el "beneficio" añadido de disfrutar simultáneamente de la compañía de encantadores niños pequeños haciendo las delicias de sus amantísimos progenitores.

Pues bien, esa proposición es un craso error: el trabajo en casa -que hoy se llama pomposamente trabajo "on line" o teletrabajo- nació en Inglaterra en la primera mitad del siglo XVIII. Mientras la inmensa mayoría de la población seguía viviendo básicamente de la agricultura y en sus chozas rurales, ahora ese trabajo se compaginaba con una industria doméstica. Estaba empezando el trabajo industrial de la manufactura textil, y llegó el invento: un comerciante llevaba a la vivienda del currante los materiales necesarios -algodón o lana- para hilar y hacer tejidos. Además, el tal empresario aportaba los instrumentos para la producción, que entonces eran bastante simples: ruecas de hilar y telares elementales como los que todavía se usan para hacer jarapas. Pasado algún tiempo, el empresario recogía el producto y les pagaba un salario. Así funcionó hasta bastante avanzado el siglo, cuando el descubrimiento de la máquina de vapor provocó que de los pequeños talleres se pasara a las fábricas, y el trabajo doméstico pasara a trabajo realizado en compañía y en grandes naves. No se podía poner una máquina de vapor en cada casa. Ahora vuelve a ser fácil montar una industria doméstica gracias al ordenador y demás "dispositivos". Los cuales, por cierto, han acabado también con el clásico paradigma de trabajadores manuales como clases bajas (como distinguía muy bien Jorge Manrique: "los que viven por sus manos / y los ricos"). Ahora casi todos son trabajadores manuales, digitales.

Las consecuencias de aquella revolución industrial del XVIII las seguimos viviendo y/o padeciendo hoy en día: desde la aparición del proletariado hasta la provocación del cambio climático. Sin hablar de las consecuencias en nuestro comportamiento y actitudes. Con esta nueva revolución tecnológica que nos envuelve, no sabemos si realmente se inicia una nueva era o vamos a seguir con la misma ambición de siempre. Esto es lo más probable mientras los humanos sigamos siendo tan agonías.

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