La cuarta pared

Vanitas Vanitatum...

Para el arquitecto, por definición ser vanidoso donde los haya, llega a ser traumático despegarse de su proyecto

Se hace duro para el arquitecto aceptar y asumir que nada es eterno. Y es que por nuestra propia naturaleza existencial, nos movemos en el campo intelectual de lo voluble que se proyecta en una materialización imperfecta sometida a las leyes de la existencia. Es algo así como el camino iniciático de la vida que comienza en limbo sensorial del útero materno y que se da de bruces con la abrasiva y angustiosa primera bocanada del traumático alumbramiento.

El inexorable paso del tiempo, la degradación y el desgaste, los cambios de condiciones o el hastío y el desprecio del olvido, tarde o temprano acaban llegando. Hay honrosas excepciones que confirman la regla, pero ni ellas estarán libres de sucumbir tarde o temprano a la reordenación atómica de un ciclo infinito… o sin ir más lejos, a las cambiantes modas.

Para el arquitecto, por definición ser vanidoso donde los haya, llega a ser traumático despegarse de su proyecto. Esa creación mental forjada a golpe de esfuerzo interior, auto idealizada hasta el límite, a veces trazada sobre un discurso coherente; otras tantas construida sobre un armazón de autocomplacencia que permita justificar la adicción al propio ego. Llega un momento que esta ha de ser explicada, justificada, y vendida para posteriormente, y en el mejor de los casos ser levantada en el imperfecto mundo real. Y aquí nos encontramos en la encrucijada de un camino que obliga al arquitecto a posicionarse. Mantener la ficción hasta donde me dejen, a ser posible al menos hasta que llegue el fotógrafo e inmortalice para la posteridad desde ese ángulo y solo ese, esta oda la inmortalidad, o asumir que el camino continúa, y que la gestación es solo una etapa más de un proceso imperfecto lleno de retos, que no terminará hasta la total degradación de lo que un día quiso ser y no fue.

Puede parecer exagerado, pero hay arquitectos que llevan muy mal que sus “hijos” vuelen del nido. Revisitan una y otra vez sus obras más emblemáticas y alimentan su úlcera al comprobar que alguien ha movido de sitio el sofá del rincón que a las cuatro de la tarde era bañado por ese fotogénico y casi pornográfico rayo de sol. Vanitas vanitatum et omnia vanitas… o lo que es lo mismo, no hay nada más efímero que pretender trascender el tiempo con una creación en un mundo cambiante en el que la significación no depende de uno mismo, ser perfecto donde los haya, si no de pobres mortales con voz y voto.

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