Vuelve la vida, vuelve la fiesta

Son las fiestas del pan, del mosto, del ruido y de la alegría. Sea Lubrín, sea Fiñana, sea Cantoria, sea Olula o Gérgal

Pienso que es justo y necesario dejar de lado los grandes temas y volver al mundo de la intrahistoria. Fue una idea forjada o por lo menos muy usada por Unamuno el considerar algo necesario centrarse en el mundo personal, en el mundo cercano. Por lo que a mí respecta, estoy viviendo la constatación de la evolución del ciclo de la naturaleza que, por poner un punto de partida convencional, pondríamos en el solsticio de invierno. Cae el sol y empieza un nuevo ciclo. Donde estoy viviendo se comprueba cómo vuelven a la vida los almendros y las albaidas y las "varicas de San José"; y de qué forma empiezan los revoloteos de los pájaros (algo más temprano que de costumbre) que, como buenos "enamorados, van a servir al amor"; en fin, cómo se respira nueva vida y se anuncia que pronto llegará la primavera. Ya lo sé que todo esto suena cursi, y me podéis criticar sin recato, pero es lo que ahora siento, lo que ahora vivo. Son algunas de las pequeñas satisfacciones que me da la vida y de las que pienso disfrutar sin límites. Y si de tener satisfacciones y alegrías se trata, creo que estamos en un momento en el que no soy el único que las busca. Entre San Antón y San Sebastián bullen las fiestas en el Valle del Almanzora. Será que las gentes nos sentimos así. Hacemos caso omiso "del gobierno, del mundo y sus monarquías", como aconsejaba Góngora, y que hablen otros de estas cosas, mientras gobiernan nuestros días buen aceite y PAN tierno. Son las fiestas del pan, del mosto, del ruido y de la alegría. Sea Lubrín, sea Fiñana, sea Cantoria, sean Olula o Gérgal. Domina el ambiente festivo. No participar en las fiestas sería una clara pérdida de una ocasión más que oportuna. Por mi parte pienso acudir de modo anónimo, como uno más, a la Fiesta del Pan en Lubrín. La procesión se convierte en un moverse, aunque solo sea por una vez al año, rozándose con las personas, sintiéndose vivo y partícipe de una comunidad que te acepta sin preguntar. Coger los roscos al vuelo cuando se lanzan de modo anónimo desde las ventanas de las cámaras da una extraña sensación de triunfo, de victoria. Y luego, terminado el recorrido, participar en la Plaza de las mesas compartidas te hace reintegrarte en la humanidad de la que a veces nos sentimos excluidos. Así que me preparo para el próximo lunes. Me esperan los roscos del santo, el ajoblanco, las anchoas, el mosto y las habas. No quiero darles plantón.

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