Perdónesenos la tautología del título de esta columna. Pero es que parecemos tontos. Casi ocho mil millones de individuos que habitamos en esta bola llamada Tierra, y no queremos darnos cuenta de que vivimos en un sistema cerrado. La única relación que tenemos con el exterior del planeta es la luz del sol. No hay ni ríos de Babilonia -como cantaban Boney M.- ni una tubería que nos trajera agua desde Júpiter (si es que allí la hubiera, cosa que hasta ahora no henos podido saber). Así que, el agua que cae en un sitio deja de caer en el resto del planeta. Cuanto más abundante y torrencial sea la lluvia en algunos sitios, en los demás el déficit llega a sequía. Y esto lo sabemos desde que el ser humano adquirió uso de razón y algunos conocimientos del terreno. Entonces, ¿cómo demonios nos pasamos la vida exigiendo más agua? Más agua para más regadíos, más agua para industrias muy consumidoras de agua, como las cerámicas o las textiles, y más agua para bañarnos porque cada día tenemos más calor y somos menos sufridos: no aguantamos un grado más en el aire acondicionado. "Pos bueno, pos fale, pos m'alegro", que decía Maki Navaja en la revista El Jueves.

Seguro que hay mentes privilegiadas que dirán que si falta agua, pues la fabricamos. La dificultad para eso es que necesitamos hidrógeno y oxígeno para obtener el H2O, pero da la casualidad que estos elementos también son limitados. Hay quien ve una alternativa en la desalación de los mares que, en principio, parecen grandes.

Y los son, pero no ilimitados. Las desaladoras están funcionando en medio mundo y pueden ser una solución global (ya lo son a pequeña escala), pero de momento consumen muchísima energía. Sería necesario que todas, en el mundo entero, funcionaran con energías renovables, pero ese parece un horizonte muy lejano. Sin contar con los enormes costes en cualquier caso.

Así que de momento, y a medio plazo, van a seguir existiendo límites al uso de agua, por más que nuestros hosteleros y agricultores pidan más. En ambos casos con un agravante: la quieren muy barata, especialmente los agricultores, que, miren ustedes por donde, consumen más del ochenta por ciento del agua disponible en un país tan seco como el nuestro. Si los que producen arroz, algodón, girasol o maíz fueran capaces de usar el agua como los invernaderos almerienses, se podría reducir drásticamente el consumo. Aunque es probable que aumentaran los regadíos, con lo que estaríamos en las mismas.

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