Por amor a la patria

En pleno estado de alarma, es el momento de saber si amamos a nuestro país o sólo somos un tropel de cotorrasDebemos nvertir nuestro tiempo en aquellas acciones que no hacemos como norma general

Cuenta el historiador Tito Livio el caso de un Cónsul que fue herido de gravedad durante una campaña militar. Al sustituto debía nombrarlo Fabio, el otro Cónsul, y eso tenía inquieto al Senado porque el uno y el otro eran enemigos acérrimos. Le mandaron una delegación para que aceptara. Difícil tarea. Tanto como ver a un caudillo político apoyando al Gobierno en público, frenando a sus mesnadas informativas en privado y a su partido difundiendo memes y consignas de responsabilidad.

Hoy, en pleno estado de alarma, es el momento de saber si realmente amamos a nuestro país o sólo somos un tropel de cotorras. Es uno de esos acontecimientos históricos por los que las generaciones futuras nos juzgarán. Es la hora de saber quién ama a España y quién sólo se hincha la boca con ella. Cuando todo esto pase, entonces será el momento de valorar las actuaciones de unos y otros: en una emergencia nacional, sólo cabe seguir al Gobierno y apoyarlo para facilitarle la tarea. Difundir malestar, generar desconfianza y desmoralizar, desmotivar o confundir al pueblo es ser un traidor. Afirmo que, por mucho que salga de noche al balcón a aplaudir, traiciona a España quien vacía los supermercados acaparando más de lo que puede consumir, quien decide que su ocio importa más que la salud ajena, quien va al médico sin ser necesario, quien difunde a propósito bulos para alterar a la población, quien dice que tampoco es tan grave la situación porque, al fin y al cabo, sólo mueren los viejos. Patriotismo no es desgañitarse envuelto en una bandera mientras se canta un pasodoble de Manolo Escobar ni saltarse a la torera las órdenes de reclusión para hacerse un "selfi" en una calle vacía poniendo morritos. Aman a España y se comportan como patriotas los que siguen las instrucciones aunque no les gusten quienes las dan, quienes hacen su trabajo a conciencia, quienes se juegan la salud (sanitarios, policías, boticarios, vendedores o gasolineros) para que los demás la recuperemos o no la perdamos, quienes saben que España es, más que una bandera y un himno sin letra, una parte de la Humanidad.

Seguro que Fabio, el Cónsul, pensó en cosas así. Le irritaría la idea de darle a su enemigo un poder igual, claro que sí, y no se fiaría del otro y tendría hasta miedo de perder posiciones en su rivalidad. Enfadado, disconforme y sin ocultar su molestia, nombró Cónsul a su propio enemigo. Era un patriota.

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