El derrocamiento de la expertitud

La forma de hablar es parte de nuestra imagen tanto como el vestuario, los gestos, la fama o el peinado

Quien mucho habla mucho yerra o, en román paladino, quien tiene boca se equivoca. No es fácil estar todo el día haciendo declaraciones, dando la impresión de que se tiene algo que decir y esquivando el error, tan inevitable como el IVA. Lo que decimos tiene vida propia y una vez dicho no vuelve a ser nuestro. Como exclamaban los héroes homéricos: «Aladas palabras han escapado del cerco de tus dientes». Ahí va eso: nuestras palabras no son nuestras, nunca lo han sido, nos abandonan al separar las mandíbulas y viajan libres e incontrolables por los aires.

Dos expresiones muy comentadas revolotearon lejos del cerco de los dientes de dos tremendas innovadoras de nuestra lengua española: Isabel Díaz Ayuso y Carmen Calvo. Cuando la una habló de que los nacionalistas (los catalanes, que los nacionalistas españoles son los buenos, claro) querían derrocar la Constitución y la otra de que al Dr. Simón se le había nombrado por su expertitud, tembló la tierra y sacudiéronse los cimientos de los templos: según la bandería a la que cada cual se apuntara, a la una o a la otra se las tachaba de ignorantes, pero nunca a ambas o a ninguna, que ya sabemos aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Son dos expresiones erróneas, pero por motivos diferentes. Una Constitución no se puede tirar de lo alto de una roca ni es una persona a la que se le pueda quitar su puesto: una Constitución es un texto legal y, como cualquier otro, se puede derogar. A este error de tomar una palabra por otra que suena parecida se le suele llamar malapropismo. En cuanto a la expertitud, es un neologismo, una palabra no documentada pero que podría existir porque remite a la cualidad de experto, igual que la altitud a la de alto o la ineptitud a la de inepto. Los neologismos están a la orden del día: del perímetro de la circunferencia se pasó al de un territorio y de aquí a perimetrar, incluso a desperimetrar, zonas de España. ¿Cuál era el problema? Que la autora invocaba el neologismo como si existiera, no como si se lo estuviera inventando.

Ambos casos hablan de personas que intentan ponerse estupendas y se equivocan. Deberíamos saber que la forma de hablar es parte de nuestra imagen tanto como el vestuario, los gestos, la fama o el peinado (quien pueda tenerlo). Evitar estas expresiones es, de hecho, bastante fácil: basta haber leído algo más que informes técnicos o Boletines Oficiales.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios