El drama a cámara lenta que está provocando la erupción del volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma tiene una dimensión trágica por su forma implacable de discurrir. Aunque afortunadamente no se han perdido vidas humanas, el hecho de que centenares de familias vayan a perderlo todo, de forma irrecuperable y para siempre, es una tragedia difícilmente imaginable para cualquiera que no esté viviendo esa situación. Las coladas de lava sepultarán no sólo casas, enseres domésticos o ropa, sino también los recuerdos que jalonan y construyen la memoria y la vida de las personas. Las inundaciones y las tormentas tropicales siembran la destrucción y el terror, pero cuando pasan quedan los restos de la devastación, las cicatrices duraderas de lo que fueron hogares y lugares donde las personas construyeron sus vidas. Pero a diferencia de esos fenómenos naturales, la lava lo entierra todo, como si nunca hubieran existido los lugares por los que discurren los ríos de destrucción.

Lo peor es que poco o nada pueden hacer las autoridades para detener el discurrir de las coladas. Es el mar quien engulle la lava cubriéndola para siempre. Frente a un fenómeno natural otro elemento natural, el océano, para matar la destrucción. No estamos acostumbrados, en esta sociedad tan tecnológica, desarrollada y omnipotente, para asumir con resignación que ante determinadas catástrofes naturales, nada o casi nada podemos hacer para detenerlas.

Las medidas que han tomado las autoridades, todas y de todas las administraciones, han sido acertadas y oportunas para evitar los efectos secundarios de la erupción. La evacuación de las personas, el montaje de lugares de acogida, los suministros básicos o las labores de protección civil han sido ejemplares. En esta ocasión se ha reaccionado rápido, a tiempo y con absoluta diligencia. Ahora lo importante es que frente a tanta incertidumbre vital a la que han quedado sometidas centenares de familias, las autoridades garanticen la seguridad material y soluciones urgentes a la necesidad de vivienda. Las ayudas tienen que llegar rápido y saltar por encima de esa burocracia desesperante que tantas veces atenaza los procedimientos en nuestro país. También ha sido excepcional en esta catástrofe que las fuerzas políticas no se hayan tirado los trastos a la cabeza, y de que por fin estén todos de acuerdo y arrimando el hombre ante la tragedia de La Palma.

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