En el nombre de todos ellos

Personas, seres humanos, con el corazón encogido, como en un puño, siguen añorando a sus seres queridos

En este mes de noviembre, los cementerios se engalanan de flores, de velas e imágenes no olvidadas todavía. El silencio habitual se quiebra. Hay un rumor constante del trasiego de la gente. Eso sí, no hay estridencias, pero no es ni esa paz y ni sosiego envueltos en misterio que les son inherentes al camposanto habitual. Susurros, oraciones, “quejíos” que salen del alma, chasquidos de las flores secas del año anterior por estas mismas fechas, que son repuestas por otras nuevas en los jarrones puestos al uso. En general, salvo excepciones, vistosos y coloridos conjuntos de floricultura.

Mujeres sobre todo, limpian las lápidas; las de los panteones y las más usuales, pequeñas de los nichos. Todo reluce, reluce de tal modo que hasta el sol de mediodía hace daño a la vista.

En el contorno de los cementerios habita el ciprés. Un árbol frondoso, majestuoso y que simboliza unos recuerdos entrañables. Dicen que no hay viento que lo doble, ni diluvio que lo ahogue. Es el representante de la firmeza y la seguridad. Sin querer transmite tristeza, porque ello nos lleva al recuerdo de la muerte. La muerte sin lugar a dudas nos lleva a la tristeza y al dolor también. Sí está en lo cierto la novelista iraní Sahar Delijani (1983) cuando afirma que “todos llevamos un árbol dentro”, para mí sería el ciprés y es uno de los que más abunda en la interioridad humana.

El ciprés es el árbol que simboliza la unión entre el cielo y la tierra, y va unido al recuerdo que nos manifiesta este mes de noviembre. Alguien escribió: “Tan difícil como contar las estrellas del cielo, será encontrar solución a todos los problemas”. Difícil compaginar la alegría con el dolor, pero el consuelo y la seguridad de que esos seres, estén donde estén, dan un mayor respaldo de alegría ante el dolor.

Personas, seres humanos, con el corazón encogido, como en un puño, siguen añorando a sus seres queridos. Letra a letra recomponen sus nombres. Rememoran las fechas de sus cumpleaños. Recuerdos, muchos recuerdos. Y el día del punto y final. A lo largo de estas jornadas, miles de almerienses se han acercado y aún se siguen acercando, al cementerio para cuidar cada tumba, cada lápida; pero, sobre todo, evocan a cada uno de ellos, los momentos que compartieron durante sus vidas y el recuerdo que siempre queda. Esta vida tiene fecha de caducidad… y en la tarde de la vida, seremos juzgados en el amor.

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