Cuando Los dioses se retan y miden sus fuerzas, los humanos sufren el azote de su ira, y si algunos tienen el coraje de enfrentarse a ellos situándose a su altura, son admirados como héroes por su valor. Esta peregrina idea anidaba en su mente observando las palmeras que braceaban enloquecidas, tratando de no rendirse ante el fuerte viento que las azotaba sin piedad, doblándolas e hiriéndolas con violencia. Admiraba su fuerza y su resistencia frente a un dios Eolo, que entretenido en su juego diabólico, intentaba humillarlas arrastrándolas hacia el suelo, pero ellas, desde su altiva serenidad sabían que su fortaleza les daría la victoria. Observaba admirada sus esbeltas figuras retornando orgullosas a su estado original, después de ser azotadas con saña por el huracán que salía de la boca de la divinidad. Sus largas ramas se movían agitadas, como los brazos de un náufrago intentando alcanzar la orilla. Cerca de sus troncos, anclados firmemente a Gea, el mar amenazante rugía con violencia, como si Neptuno moviese sus aguas con una histeria incontrolada. Desde la seguridad de mi refugio, veía la lucha desigual entre un dios incompasivo y las heroínas que le hacían frente, y me sentí extremadamente vulnerable. Las fuerzas desatadas de la naturaleza, borraron por un instante las más bellas imágenes otoñales que se asentaban en mi memoria. Busqué con mis ojos las alfombras de hojas muertas con las que hasta ayer se adornaba el otoño, pero no conseguí ver el tapiz policromado de bellos tonos ocres y rojizos, que tan bien le sentaba, y me maravilló la feroz y desigual lucha librada entre los contendientes. El cielo plomizo y pesado, oculto bajo nubes cargadas de agua, parecía que se iba a desplomar sobre la tierra, no veía pájaros, ni libélulas, y los duendes esperaban escondidos a que pasara la tormenta que les amenazaba. La fuerza titánica desatada por los dioses enfurecidos, atemorizaban a todos menos a ella: la palmera majestuosa y heroica, que se alzaba frente al envite de un dios arcano, con orgullo femenino. Por un momento, tras esa imagen que se tornó borrosa, vio con claridad la de una mujer ajena al peligro, que en el otoño de su vida, luchaba desde cualquier rincón del planeta por proteger a sus hijos de la ira de los hombres, mientras las bombas explosionaban a su alrededor. Intuyó que la fina línea que separa la ficción de la realidad se desdibujaba, mezclándose en su mente las altivas palmeras enfrentadas al viento, con las heroicas mujeres enfrentadas al violento huracán de la guerra cruel que salía de la boca de un dios inmisericorde. La despertó sobresaltada el sonido de las gotas de agua golpeando sobre el cristal, se frotó los ojos intentando recordar su sueño pero fue inútil, solo escuchaba el silencio atronador de la lluvia y el viento azotando la ciudad.

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