He leído en The conversation un artículo de M. Peinado Lorca, de la Universidad de Alcalá, que me ha “acongojado” tanto, que prácticamente he hecho un “copy-paste”. La extinción más rápida de una especie la provocó Tibbles, el gato del farero de la isla Stephens, de Nueva Zelanda. Allí vivía un extraño pájaro nocturno no volador descrito en 1895 como Xenicus lyalli por L. Walter Rothschild ornitólogo de afición y millonario de profesión que, después de comprar todos los ejemplares disecados, dedicó el nombre a D. Lyall, el farero. Solitario y cazador implacable. Ágil, rápido, voraz. El gato es un cruel carnívoro, un animal a la vez cautivador e indómito: ¡una especie extremadamente reacia a la domesticación y propensa a la desobediente libertad! Los gatos han extinguido a más vertebrados que ningún otro depredador debido a su eficacia como carnívoros, a una enorme capacidad de adaptación: han colonizado desde las islas subantárticas a las muy áridas y cálidas cercanas a los trópicos. Pero también dotado de una gran fecundidad. Son una bomba demográfica muy difícil de parar. A pesar de los encantadores memes de gatitos que llenan las redes sociales, los gatos domésticos son máquinas de matar armadas con garras retráctiles, colmillos afilados y visión nocturna: siempre están al acecho de presas para cazar o de carroña para hurgar, porque comen todo lo que pillan. Y ahora ¿qué me dices de los gatitos?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios