Yo no te estoy tuteando

El respeto no está en las palabras ni en la sintaxis, sino en la forma de dirigirnos a los demás y en cómo lo interpreten

Aveces, me llaman anticuado o, válgame Hércules, "boomer". Sin embargo, soy un filólogo militante y convencido universitario, me alzo contra algunos usos y, sabiendo perdida la batalla, como Eneas en la noche suprema de Troya me lanzo al medio del combate sabiendo que no tiene el vencido más esperanza que no tener ninguna. Dicho de manera más fácil: oigo y escucho (no es lo mismo, aunque se esté perdiendo la diferencia) e intento convertir la anécdota en motivo para una reflexión más general.

Hace unas semanas, me tocó aguantar una de esas típicas llamadas que no queremos, pedimos ni deseamos. No, Hacienda no: una televendedora. Empezó bien la cosa: "¡Hola, tengo una oferta para ti!". Por lo general, les aguanto el rollo porque todos tenemos la fea costumbre de querer vivir de nuestro trabajo: al fin y al cabo, aunque algunos salarios marquen una tendencia contraria, todavía no ha regresado la esclavitud. Aguanto tranquilo y no respondo con síes o noes que se puedan grabar y editar para demostrar que he contratado lo que no quería. Igual peco de desconfiado, pero no veo razón alguna para contratarle nada a nadie si solo me consta que es una voz y puede perfectamente ser un impostor. Tras mis cinco minutos de cortesía, preguntó: "¿Está claro? ¿Tienes alguna duda?" Mi congénita malafollaíca rezumó y contesté: "¿Podría indicarme usted si nos conocemos?" Perpleja, mi interlocutora me dijo que creía que no y que por qué lo preguntaba. Cuando le respondí que porque no dejaba de tutearme, recibí una contestación antológica: "¡Si yo no te estoy tuteando!"

De acuerdo, el "usted" no es un marcador lingüístico imprescindible de respeto. Si lo fuera, no podríamos ni llegar a entender una expresión del tipo: "Usted es un imbécil". El respeto no está en las palabras ni en la sintaxis, sino en la forma de dirigirnos a los demás y en cómo lo interpreten. No es más demócrata el que tutea a cualquier desconocido (de hecho, es el privilegio de los reyes), ni tampoco más respetuoso el que trata de usted a un gobernante para, acto seguido, motejarlo de mentiroso o felón. El tuteo indiscriminado, sin embargo, es un acto de familiaridad indebida o, mutatis mutandis, como saludar a alguien echándole mano al paquete. La historia acaba bien: no contraté nada, pero tampoco hice como el que preguntaba si eran de una línea erótica porque vaya cómo le daban por donde amargan los pepinos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios